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M.G. Hernández

Sin lugar a dudas, Todd Field sabía lo que hacía. Ignoro el espíritu que influenció a este director, para escribir el lío, pero alguna simbiosis debió ver con Cate Blanchett, porque lo ha confesado, o filmaría con ella, o no lo haría. Sin embargo, al observar con total golosidad la genial actuación de la australiana, dudo a quien reconocer como el creador de Lidia Tár. Personaje irredimible el cual inmortalizó la artista entre los focos de los platós y que seguirá sus huellas no importan los años que pasen.

Muchos dicen que es un rol difícil para la protagonista, yo no lo creo. Este espíritu mutante y autodidacta que mora en ella, solo necesita acomodar el cuello para que la inspiración entre y haga el milagro. Puedo imaginarla guion en mano, no solo estudiando este personaje único y calculador que, por ser de ficción, le permitiría encajar todas las características con precisión, a su total libre albedrío. La veo jugando con Tár, acomodándole el paltó, enseñándole alemán y como cruzar las piernas. La puedo figurar mirando el cielo, afinando su batuta con los diferentes instrumentos y ensamblando la orquesta hacia un solo objetivo: el movimiento de sus brazos, mientras el metrónomo suena a sus espaldas. Creo que Field se recostó en su silla y disfrutó a la actriz que asumió la obra y la hizo suya; porque eso es TÁR: Cate Blanchett.

Este film para mí, es un doctorado. Aquí, ella nos seduce a la gran pantalla mientras va construyendo a una Lydia Tár admirada y a la vez espantosa. Nos va metiendo en sus miedos, su poder, su arrogancia, sus hábiles manipulaciones hasta su decadencia.

Hay algo en esta gran camaleona que me trae a la memoria a otra colosal dueña de una capacidad enorme para transformarse: Katherine Hepburn. Supongo que lo mismo sintió quien fuera él o la, que la escogió para interpretarla en la película El aviador de 2004, mimética actuación que le dio su primer Oscar. Sin embargo, volví a encontrar similitudes en El Callejón de las almas perdidas, cuando en algunas de las escenas de Cate, me pareció ver a la gran Hepburn. Y, es que estos dos espíritus deben de haber recibido de Talía, Melpómene y todas las musas, el mismo embrujo para llevar al espectador a sentir admiración y total fascinación Por lo tanto, no creo equivocarme al pensar que, este año veremos en el pódium hollywoodense como vencedora del Oscar a la “doctora” Cate Blanchett que, no dejó espacio para nadie. Con esta personal conclusión, no pretendo quitar ni mermar la calidad de sus opositoras, pero no veo que tengan chance ante Lydia Tár, un personaje que empezó por darle la copa Volpi como mejor actriz, en la presentación que tuvo la cinta en el pasado festival de Venecia y meses después, le permitió repetir por la misma singularidad, el Golden Globe; un personaje hecho a la medida de quien es hoy, reconocida por la inmensa crítica especializada y el público, como la mejor actriz viviente.

Sin querer hacer spoilers, para que disfruten todos y cada uno de los cuadros del film, solo les comentaré que Nina Hoss, galardonada actriz alemana y Noemie Merlant que, estoy segura la recordarán, por su papel en Retrato de una mujer en llamas, tuvieron igualmente papeles importantes e inolvidables en este largometraje.

Aunque no lo entendí hasta el final, el director hasta ahora desconocido para mí, desde un comienzo muestra por dónde van los tiros. Si, me pareció muy extraño que los créditos salieran comenzando la película, pero esta vez con la jerarquía “boca abajo”, podríamos decir, con “los pobres por delante”. Y, es que esta es la moraleja que nos trae Tár; que lucha demencialmente sobre un pedestal de quimeras, creyendo posible su divorcio de la ley de causa y efecto. Una gran historia que, aun siendo ficticia, deja ver las costuras de muchas controversias actuales que, la humanidad debe superar dentro de los inviolables principios de moral.

Las últimas escenas me hicieron recordar miserias de personajes de la vida real, algunos de los cuales lograron tapar sus desnudeces con el poder.

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