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Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

abrahamgom@gmail.com

Para la inmensa comunidad de hispanohablantes en el mundo; que sobrepasa ya los quinientos millones de personas (7.6 % de la población), nuestra autoridad máxima; tal vez, algo así como el tribunal supremo del idioma lo conforma la Real Academia Española.

Las (23) Academias de la Lengua Española, que se han creado en igual número de países, asumen como condición ser Correspondientes de la RAE.

La nuestra, en Venezuela, desde sus orígenes ha tenido interesantísimos momentos y eventos. No exentos de serias confrontaciones.

Precisamente, el mismo día cuando inicia sus actividades formales -10 de abril de 1883 – arranca con una polémica de forma y fondo.

El presidente Guzmán Blanco, quien a su vez   ocupaba el cargo de director, pronunció un discurso enjundioso y bastante cuestionador para ese momento.

El eje central de la citada pieza oratoria hurgaba sobre los orígenes de la lengua española.

Se hacía cotidiano y corriente que las discusiones se cruzaran entre quienes defendían la tendencia   impositiva para hacer prevalecer el español peninsular en tierras americanas; y otro inmenso bastión que apoyaba la insurgencia lingüística, legítima y propia, del castellano en este continente.

Se suscitó, entonces, una disyunción suficientemente marcada. Se deslindaron corrientes de intelectuales inclinados por una u otra posición teórica.

En los sitios populares: plazas, mercados, paseos y en muchos otros lugares “nada académicos” se escenificaban encolerizadas controversias: unos encauzados a reconocer que el puro español peninsular era lo que hablábamos, como nuestro idioma natural; y otros favorecedores del castellano, que consiguió también en América su cuna.

Quizás luzca banal, en el presente, trenzarnos en un pugilato similar; porque, tal polémica ha sido superada y sus términos aclarados.

Vale una breve explicación: al momento de mencionar el idioma o la lengua común de España, de muchas naciones de América y que además se habla como propia en otras partes del mundo, resultan válidos y apropiados los vocablos castellano y español, indistintamente, según la preferencia del hablante.

Hay quienes recomiendan que se diga que hablamos español para no caer en confusiones con la lengua histórica que nace en el reino de Castilla, en la Edad Media.

La propia Academia (RAE) apenas sugiere una determinada forma de construir los actos de habla, atendiendo al buen empleo del idioma. No la impone a capricho, sino a través del elegante uso de la lengua por parte de los buenos escritores. Así ha sido siempre; desde el famoso “Diccionario de autoridades” (1726), más tarde su Ortografía (1741) y su Gramática (1771). Y cuando han sido necesarios los cambios y las transformaciones, este ente rector ha tomado la iniciativa; por cuanto, nuestra Academia señala cómo es, no cómo debe ser.

La Academia entiende que la lengua no es una realidad fija, inmutable, perfecta.

Los lingüistas están conscientes que en todo idioma lo más intrínseco son   los cambios, que van aparejados a los cambios de las sociedades; porque la lengua pertenece a la comunidad que la habla.

Hace diez años la RAE introdujo la omisión de la tilde diacrítica para los pronombres demostrativos: ese, este aquel. Sin embargo, lo que más ha causado enorme revuelo, es escribir, indistintamente, el adverbio solo sin la tilde, que cooperaba para establecer la diferencia del uso-significado de solo/sólo

Es tal la confrontación que muchos académicos no aceptan la determinación; la cual no ha conseguido consenso. Escritores como Vargas Llosa, Javier Marías o el poeta Pere Gimferrer siguen acentuando el adverbio solo, pese a que la Academia a la que pertenecen cambió la norma.

La Academia permite tildar el vocablo solo (sólo); pero recomienda no hacerlo.

Los académicos, de posición más técnica que sentimental, entienden entre otras razones que el contexto siempre lo aclara todo.

Cada quien en su libre albedrío puede seguir utilizando el adverbio solo/sólo, con tilde o sin ésta.

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