¿Quién no quiere sentir esos estragos insondables en las vías digestivas, que parecieran retorcerse al aguantarse por no poder salir y expandirse? ¿Quién no quiere mirar esa cara que vemos perfecta y nos embriaga de cerca o lejos? ¿Quién no querría estrujarse las manos una contra la otra sufriendo ansiedad? ¿Quién no quiere sentir el corto circuito de hormonas en la testa sintiendo frenesí? ¿Quién no quiere tener palpitaciones en nuestro corazón que corre cual libre corcel? Ummm…pero de libre nada, cuando todas esas cosas se sienten y muchas más, estamos más atrapados que un preso, solo que las esposas no están en las muñecas sino en nuestros sentimientos.
¿Pero será posible poner la cabeza antes del corazón? ¿Será la causa del mal de amores, la inmadurez, la consabida falta de inteligencia emocional? No quiero hablar aquí de manera científica, pecaría de ignorante, solo quiero hablar de la belleza de un sentimiento que debemos dejar correr o parar a tiempo antes que nos haga daño. Si, si se puede, pero antes de meternos al pozo y que el agua nos cubra por completo; como dice Walter Rizzo, hagamos una lista de lo que nos gusta y cuando conozcamos a posibles y atractivos prospectos de pareja, empecemos a poner un pajarito en aquellas cualidades que semejan las nuestras. Esto evitará en alto porcentaje que nos equivoquemos y nos facilitará antes de meter el corazón en la relación, darle un “parao” a las pasiones. Hay quienes me han dicho, que no ha sido posible porque lo han sentido con la rapidez que vuela una saeta al blanco. Contesto, que sería más fácil en ese momento sacar la flecha y coger puntadas, que dejarla clavada y morir desangrada.
El amor tiene la “Ley Campoamor” como norma, ya que cada quién lo siente según el color que descomponga la luz que lo ilumina, nadie puede apagar esa luz, solo el dolor que alguno imponga y este dolor, es la materia que falta para graduarnos cum laude en amor, una materia difícil de eximir y que a muchos arrebata las ganas de vivir. Agregaría sin dudarlo que el dolor es inevitable, pero depende de nosotros superarlo.
Todo amor que llega a culminarse quedando fiel y de pie con la dicha de los años, hay que darle una reverencia y festejarlo. ¡Si!, con copas de champan, la música que ayudó a sentirlo y un rincón que huela a jazmín en el ocaso de un día venturoso. Hay que celebrarlo juntos los dos y alejados del mundo que podría resquebrajar el momento, regocijar la piel con besos y caricias que den nueva vida a la emoción adormecida. El amor no cambia per se, solo va penetrando por los diferentes recovecos del rio que cruza nuestro mapa existencial, haciéndose cada día más profundo, más fuerte, aunque menos caudaloso hasta llegar a morir como la fina línea del monitor que controla nuestra vida.
Ahora veamos esta flama de manera amplia, veámosla en si misma. En encontrarla en cada rincón, en cada quien que nos roza o nos traspasa, en cada objeto de la creación que existe no para maltratar sino para ayudarnos a crecer. En lo que debemos sentir por nuestra vida, nuestro cuerpo y que se trasforma en aceptación de los acontecimientos que no podemos cambiar, en fuerte abrazo con aquellas que debemos superar y en comunión con quién debemos consideración y devoción. ¿Porque no cuesta tanto darlo si nada cuesta? ¡Dios y como nos devuelve! El amor en sí, es lo más generoso que existe y aun siendo impalpable, al recibirlo sentimos la más grandiosa alegría y al darlo, recibimos de vuelta la mayor recompensa. En esto de dar, tengo que decir, que nos ganan los animales, que sin importarles lo que reciben, siempre se muestran agradecidos.
—AMAR ES ENCONTRAR EN LA FELICIDAD AJENA TU PROPIA FELICIDAD—
GOTTFRIED LEIBNIZ
*No creo que el amor visto a través de otras preferencias haga mella en la estirpe ni en la piel de nadie, ni perjudique al vecino. El amor limpia, sana, brinda paz, consuelo y, por si fuera poco, alimenta la inteligencia y ayuda a pensar de manera indulgente, comenzando por nosotros mismos. El amor es lo único que derriba fronteras y te da la libertad de volar al infinito. El amor es lo que llena no solo tu cuerpo, sino tu espíritu. No entiende de virtudes y defectos. Amar y ser amado es el único estado donde te sientes pleno. Pensar que lo tenemos desde que lloramos al venir al mundo, en nuestros padres y en Dios. Donde el amor empieza y alcanza su máxima perfección, el amor universal, el amor ágape.
M.G. Hernández
*de las páginas de mi novela “La otra mitad de mi vida”
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