Despacio, con las ventanas abajo, el aire fresco entra, aunque no es suficiente para aplacar el caluroso y ardiente sol de un mediodía en Tucupita.
Se pasa las manos por la cabeza, el sudor empieza a rodar por su rostro, está desesperada por llegar, desea que el de atrás la alcance. El de atrás en un principio no entiende las señas, va al mismo ritmo de ella.
De pronto se pone por delante de ella, ya no esperó más, la dejó ahí, en medio camino. Pero es un deseo que ella así lo prefirió, aunque no era lo que hubiera preferido precisamente, porque quizá la próxima semana no pueda entrar en actividad.
Ella todavía sigue con el sudor intacto, por el momento no quiere ir más rápido, lo hará cuando tenga más combustible en el tanque de su auto y pueda recorrer la ciudad con más tranquilidad.