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Estaba cabizbajo, caminaba en círculos dentro de esas cuatro paredes de su pequeña habitación, por momento se sentaba en su cama, algo le preocupaba, eran las 11 de la noche y no podía pegar los ojos.

  • No tenemos comida para mañana, ¿con quién consigo dinero? ¿qué hago Dios?

Carlos Rivas es un joven que vive en Deltavén de Tucupita, tiene 25 años y desde que era un adolescente se hizo cargo de su familia. Él es el segundo de seis hermanos, y debe velar por ellos y su mamá.

El joven cursa estudios en la Universidad Territorial Deltaica “Francisco Tamayo” de la ciudad, no tiene un empleo fijo pero se gana la vida haciendo algunos trabajos por cuenta propia, quizá no será mucho lo que gana, y, ¿cómo sí, en un país con crisis?, sin embargo, intenta minimizar algunas carencias de su hogar.

Su corta edad no le impide realizar trabajos de gran envergadura, él lo supo entender desde que asumió ese rol, pero eso no es problema, Carlos puede con eso y más.

La tarde del viernes 9 de julio, como de costumbre, llegó a su casa luego de una intensa jornada de ejercicios en un gimnasio de Tucupita. Al entrar, vio algunos rostros apagados, de los pocos que ha visto en su vida, no eran cualquieras, se trataban de los de su familia.

En un principio no supo entender lo que sucedía, al dar pasos a la cocina apenas vio un plato servido, era solo pasta y en poca cantidad, era de él. Eso bastó para darse cuenta lo que había en esos rostros.

  • No tenemos comida para mañana, ¿con quién consigo dinero? ¿qué hago Dios?

Esa noche su estómago y la de su familia, estuvieron vacíos. Ya no había nada en la despensa.

Estaba cabizbajo, caminaba en círculos dentro de esas cuatro paredes de su pequeña habitación, por momento se sentaba en su cama, eran las 11 de la noche y no podía pegar los ojos.

De pronto recibió una llamada, era de uno de sus tíos.

  • ¡Aló sobrino!, alístese que mañana nos vamos a Punta Pescador. Te paso buscando temprano.

Fue quizá la llamada menos esperada, pero el más oportuno.

No lo pensó, tomó su hamaca, algunas prendas de vestir y un pequeño bolso, allí guardó todo para el día siguiente.

  • Mamá me voy a Punta Pescador, no vengo si no es con pescados. La bendición.

Partió entonces a Punta Pescador el sábado por la mañana, una localidad fluvial que pertenece a Tucupita, Delta Amacuro, y se ubica en aguas del océano Atlántico, y limita con Trinidad y Tobago.

Carlos está ahora en Punta Pescador, pero en su mente quedó grabada la escena de aquellos rostros caídos.

  • ¿Qué estarán comiendo?

Aquellos rostros de hambres, esos que obligó a Carlos a echar las redes en Punta Pescador.

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