Compartir

Crisanto Gregorio León

Para quienes tengan hijos autistas entenderán y tendrán presentes los trastornos del espectro autista y la cognición de estos seres angelicales.  Yo tengo dos, un varón con trastorno generalizado del desarrollo no especificado y una niña con  Síndrome de Rett.  A ambos los adopté luego que sus padres, mis amigos de la juventud murieran en un accidente de tránsito y me hicieron prometer adoptarlos. No sabíamos mi esposa y yo que desarrollarían este padecer porque eran unos bebés de uno y dos años respectivamente . A ellos los amo como si los hubiera parido, si es que esa expresión puede usarla un varón.

Era la tarde cuando decidí entrevistarme  con mi jefe, fui con la educación de preguntarle las circunstancias y razones por las cuales me estaba excluyendo de beneficios que les otorga a otros trabajadores. Y por qué estaba ejerciendo actos de injusticia conmigo a través de sus colaboradoras más íntimas, pero pocas cosas pude exponerle ante su explosiva reacción.  Pues bien, al entrar me encontré a un hombre jugando a ser Dios, me trató con desprecio, quien hace uso de la psicología oscura en el trato con sus trabajadores y con otras personas a las que él ve por debajo del hombro. A él le pareció osado que le preguntara eso.

La entrevista fue prácticamente un monólogo, y  de sillas arrastradas como una cantina del viejo oeste, de insultos unilaterales del jefe, y yo me quedé sorprendido, él estaba en su ambiente, con sus cámaras escondidas y grabando con sus celulares, vamos a decir que aunque él estaba en una casa prestada, para ese momento su oficina era su casa. Y mal podría yo darle argumentos para que en pandemia y no obstante una inamovilidad laboral – asociada precisamente a la pandemia para garantizar la supervivencia – y con la situación de salud de mis hijos, con un cuadro familiar delicado ;   este inestable señor decidiera sin miramientos quitarme el pan a mí y a mi familia. He vivenciado que para cometer injusticias algunas personas no miran para atrás. Nadie piensa en sus almas, ni cuando deban dar cuentas ante el tribunal de Dios.

El asunto estriba, en que al llegar a mi casa, mi niña estaba dormida y pensé que el varón también lo estaba, entonces llamé por teléfono a mi ex mujer, quien luego de que los hijos desarrollaron autismo ella decidió abandonarnos, pero hay asuntos que por su importancia dialogamos.  Le empecé a narrar  cómo andaban las cosas en el trabajo y las características del personaje con el que fui a entrevistarme y su monólogo prácticamente de insultos y desconsideraciones. Fui muy gráfico en mis explicaciones y descripción de lo que aconteció con este hombre y el maltrato psicológico que recibí.

Sin percatarme de su presencia, mi hijo estaba detrás de mí, a la puerta de mi cuarto  y escuchando todo cuanto dialogaba y las desventuras, descortesías,  amarguras e injusticias que vivía en mi trabajo al cual amo, pero  que estaban haciendo conmigo una especie de castigo gradual, poco a poco, para que pase de bajo perfil y la injusticia no se note  abruptamente.  Aunque para ellos el que piensa y ve,  es un enemigo y acostumbran eliminarlo con demoníaca y demencial ligereza , sin turbación y sin remordimientos , sin pensar en el efecto bumerang – para ellos o su familiares y descendencia – ,  sin respeto y sin aviso.   Se sienten justificados y creen tener a Dios  agarrado por las barbas. 

De pronto, un grito de dolor y un llanto desesperado me hicieron soltar el teléfono, se trataba de mi hijo cuya sensibilidad ante las desventuras e injusticias lo turban y  que lo hagan en contra de su padre, lo desesperan. Él tomó un destornillador que reposaba en un aire acondicionado quemado que estaba en el piso a la entrada de mi cuarto y se lo hundió él mismo  en la clavícula.  Me desgarré de dolor y de llanto, mis gritos eran más fuertes que los suyos. Dentro de toda esa borrascosa escena en la noche, sin gasolina, sin efectivo  para pagar ni  un por puesto, ni un taxi, y además que no pasaba ninguno,  solo pensaba en la vida de mi hijo. No tenía certeza del daño que se había causado.

Llamé a una amiga, a quien le pregunté si tenía gasolina, pero no, ella tampoco tenía gasolina. De tanto gritar enloquecido en el frente de mi casa, un vecino dijo yo los llevo al hospital, pero tengo muy poca gasolina.  

Fue la noche y la madrugada más larga de mi vida,  temía por la vida de mi hijo, pues era muy grande el sangrado y el destornillador estaba oxidado, sucio. En el hospital había mucha gente desventurada igualmente esperando que las atendieran, cuantioso desaliento y tristeza, habían muerto algunos por distintas causas; el escenario era deprimente, no había atención médica inmediata pues eran pocos los galenos, y no habían medicinas, ni gasas , ni guantes , ni inyectadoras,  ni alcohol , ni solución fisiológica , ni antisépticos , ni jeringas , ni nada , era todo angustiante y desesperante , sumando a la propia tragedia que cada cual trae al venir a un hospital.  Pues nadie va a un hospital por gusto. Hay dos sitios a los que nunca me ha gustado ir, ni a un hospital ni a  un taller mecánico.

Tenía que salir para  comprar medicinas y otras cosas para que me brindaran servicio médico de urgencia,  sin dinero, pero tenía que traer lo que me pedían en el hospital para atender a mi hijo. Un inocente que le dio duro el coletazo de la violencia psicológica ejercida contra su padre.  

Pues bien, mi vecino dijo que se debía  ir, era muy tarde en la noche y se había ido la luz – la electricidad – , apenas tenía un poco de carga mi celular y con él alumbrada lo que podía.

Salí a pie del hospital, dejando a mi hijo solo, quien manifiesta su autismo golpeándose con las paredes y gritando y lastimándose él mismo dentro de las características que ese cuadro tiene.  Esa es su vida de ordinario y común, gritando, golpeándose de a puños en la cara y la cabeza mayormente, pero igual en todo el cuerpo y con las paredes y con cuanto objeto se tropiece, él se provoca daños físicos.   Pero esta vez además, tenía clavado  un destornillador en el cuello, por  la clavícula y sangraba profusamente. Imagínese usted nada más el momento y las circunstancias.

A los cinco minutos regresé por mi hijo, sus gritos se escuchaban a una cuadra, pues tiene una voz grave, es un hombre ya. Pero con un alma de niño.

Me lo cargué al hombro y arrastrando casi los pasos, se había desmayado,  lo saqué del hospital y él con el destornillador clavado en la clavícula, estábamos todos llenos de sangre.  En ese hospital no nos pudieron atender. Mi amigo, no se había ido, estaba como un ángel esperándome y nos montamos en su vieja camioneta, rumbo a otro centro asistencial, pero ruleteamos mucho y mi hijo haciéndose daño e introduciéndose más el destornillador, todos llenos de sangre hasta mi vecino parecía que hubiera corrido un maratón sudando a medio sol, pero la humedad era de sangre, solo imagínense como estábamos mi hijo y yo. Nunca pensé que de esa zona saliera tanta sangre o eran los nervios, o era el dolor físico o el dolor por las injusticias sufridas,  o era la noche, pero fue todo producto del maltrato psicológico que mi hijo había escuchado y al que  me había sometido mi jefe y sus amiguitas no presentes físicamente en la entrevista , pero  su influjo y maldad se sentían,  que cuales demonias vienen desde hace tiempo haciendo su trabajo subterráneo;  maltrato psicológico que sufrió mi hijo también. 

Tuvimos que devolvernos al mismo hospital del que nos habíamos  ido, decían que mi hijo  tenía la arteria rota, minutos después dijeron que no, que no estaba comprometida la arteria. MI hijo volvió en sí de su desmayo, luego de un suero que le colocaron mientras extraían el destornillador,  todo sucedía tan rápido y tan lento a la vez, teníamos distorsionada la noción del tiempo. Al fin le extrajeron el destornillador pero no suturaron pues según la opinión de la médica que lo atendió, esa herida  debía cerrar sola, con tratamiento y cuidado.   Mientras tanto en la casa, la herida supura y mi hijo como de costumbre se golpea, se maltrata y grita con mucha desesperación, más las afecciones por la herida del destornillador.  Yo que ya estoy entrado en años y el señor me da fuerzas desde el cielo, para atender a mis hijos autistas, me pongo mi barbijo no solo como bioseguridad en contra del COVID 19 , sino  para ocultar mi dolor y  como catarsis recuerdo que son mis hijos, y no son una carga y tarareo en un mal inglés la canción de The Hollies, él no es una carga, es mi hermano, en este caso es mi hijo,

Él no tiene otra ropita y yo no tengo con qué comprarle más y con las medicinas la vida se me ha puesta negra, me ha costado desteñir de sangre su único pantalón y su única camisa, y sus zapatos, desgastados y rotos, quedaron impregnados de esa sangre que otro le derramó.

No meditan las personas, sobre  la forma y manera como sus actos injustos, irrespetuosos, mal educados y  anticristianos afectan al trabajador y a su familia. Y sus manos y sus almas quedan manchadas de la sangre que  derraman de sus prójimos .Cuantas cruces llevan a cuesta , por los cristos que han clavado, 

Fatigas pero no tantas, que a fuerza de muchos golpes hasta el hierro se quebranta,  Manuel Machado.

De rodillas ante Dios, y de pie ante los hombres. Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?, El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Mi amiga , aquella a quien llamé primero para preguntarle si tenía gasolina , me dijo , pero hazlo público , denuncialos , y yo le respondí . No expondré a mi hijo a la demencial satisfacción de gente sin almas , si no tienen corazón ni escrúpulos , que podemos esperar de este tipo de gente , se reirán de mi desgracia y de la de mis hijos, eso les dará contentura demoníaca , serán crueles y déspotas. No tienen virtudes morales ni espirituales.  

Pero al saber que usted escucha a sus lectores , decidí escribirle este emilio. 

Columnista

crisantogleon@gmail.com

Deja un comentario