Por: Enrique Ochoa Antich
Mi columna reciente titulada La Venezuela de Maduro, en la que tangencialmente sostuve que el origen de nuestros males actuales no se encontraban solamente en la gestión de gobierno de 2013 a esta parte, sino que hundía sus raíces en atrofias del propio diseño del proyecto chavista, al menos de 2006 en adelante, ocasionó que algunos de mis buenos amigos chavistas (unos que se hacen llamar chavistas disidentes o críticos y otros chavistas a secas) reaccionaron polemizando conmigo con algunos mensajes vía What’s App. Entre ellos destaco a mi querida Marypili Hernández y a Juan Barreto y Javier Bierdeau (estos dos últimos me hicieron llegar un estupendo artículo de Jesús Puerta titulado La transición del chavismo al madurismo cuyo link copio y cuya lectura recomiendo: https://www.aporrea.org/actualidad/a268930.html.
Quisiera comenzar por subrayar que nada de lo que escribí en La Venezuela de Maduro tiene ánimo peyorativo, tampoco cuando me refiero a la formación histórica que por comodidad yo designo como chavismo-madurismo. Cuando hablo de caudillismo, autoritarismo, centralismo, militarismo, estatismo y populismo (lo que designo como los seis ismos de Chávez que dieron al traste con su proyecto original de cambio democrático), estoy hablando de categorías políticas, si pueden llamarse así. Me niego a calificar a esos venezolanos que nos mal-gobiernan, ni mucho menos a los chavistas en general, con los estólidos e infecundos adjetivos de narcoterroristas, sátrapas, felones, con que el oposicionismo extremo de derecha se llena la boca para compensar sus frustraciones y saciar sus instintos más pedestres y sus odios de clase más acendrados. De hecho, lo que digo es que el chavismo ha tenido éxito, ayudado por una torpe oposición extremista, en construir un tinglado institucional y social y un paisaje que tiene esas características y que ha tenido la envidiable capacidad de perdurar en el tiempo. Ese tinglado, heredado por Maduro, es para mí el legado, con todas sus consecuencias de déficits en democracia y bienestar que él supone.
Me parece que el denodado esfuerzo de muchos de mis amigos chavistas disidentes del madurismo por reivindicar a un Chávez anterior a Maduro que no tendría las atrofias de éste, es de muy improbable resultado. Como lo fue el que en su momento adelantó Trotsky con su Cuarta Internacional, pretendiendo reivindicar a un Lenin sin Stalin. No sólo por la alocución de Chávez en que designó a su heredero, y por el pesado aparato publicitario y propagandístico del Estado puesto al servicio de la campaña para identificar a Maduro con Chávez, sino porque, como le escribí a Marypili, el más elemental análisis político y los números -que son duros como la piedra- nos tienen que llevar a la conclusión de que el origen de esta catástrofe se gestó con Chávez. Es su concepción de partido/Estado (muchas veces explicitada por él) lo que enfrentamos hoy. Y, en el tema social, hoy lo que vivimos es su estrepitoso choque contra el suelo, pero es en 2007 cuando la economía comenzó a caer en picada. Y es al revés de lo que me han dicho algunos acerca de que se le hace un favor a Maduro identificándolo con Chávez: si no se hace este análisis, estaríamos más bien dándole la razón a Maduro en cuanto a que toda nuestra penuria comenzó con las sanciones y por culpa de los gringos. Como yo digo lo que pienso y hago lo que digo, no voy a obviar esta verdad del tamaño de una catedral.
Creo que el chavismo, disidente o madurista, tienen que internalizar esta autocrítica profunda, histórica. Como hicieron los chinos con Mao, sin por eso bajar su retrato de la plaza Tien An Men. Si no se hurga en la causa de esta devastación que padecemos, que está en los cinco ismos de Chávez que destruyeron su proyecto democrático de 1998, como hemos dicho: caudillismo, autoritarismo, militarismo, centralismo, populismo y estatismo, es imposible plantearse la superación de la catástrofe y sólo repetiríamos los errores (chavistas y, por cierto, también puntofijistas) que nos trajeron hasta aquí.
No creo que irrespete a los chavistas por proponerles este debate, a mi juicio crucial para el futuro. Creo que más bien ofendería su condición política y su inteligencia, si me hago el loco y silbo para el cielo para no molestar sus sensibilidades chavianas. Por cierto, a diferencia de la derecha ultramontana, muy distante de su histeria antichavista, yo no discuto la vocación reivindicadora y popular de Chávez, además de su ansia de poder e historia, ni sus buenas intenciones, pero de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Y al infierno hemos llegado. Tampoco niego, por el contrario, suelo destacar, que con el chavismo tenemos el cuarto o quinto fenómeno popular de nuestra historia: Boves, quizá Páez (disuelto en la alianza de clases que sostuvo la revolución de independencia), la guerra federal, AD y el chavismo. Sólo que, como en muchos de estos fenómenos, la resulta final no fue precisamente favorable al pueblo.
Confieso a la distancia que padecí un proceso desgarrador cuando, aún medio comunista y admirador de Lenin, tuve que admitir en los ’80, luego de años de reflexión, que el estalinismo no era sino la consecuente realización del leninismo… y del marxismo. Y sin esta conclusión, imposible arribar a la condición que ostento hoy de socialista liberal. Sobre Lenin y Stalin, me ocupé por años de estudiar el tema y escribí un opúsculo (está en mi libro ¿Adiós al MAS?). A Marypili, quien opina lo contrario, le repliqué: ¡Claro que hay una diferencia entre Lenin y Stalin! Tal vez la cultura e inteligencia y la auctoritas del primero, pudo haber permitido una rectificación a tiempo de la deformación totalitaria del proyecto soviético, pero creo que la teoría política de El Estado y la revolución, con su desprecio a la democracia liberal mal llamada burguesa (que también se consigue en Marx: El parlamento es el establo de la burguesía, espetó alguna vez el germano), sólo podía producir lo que fue la URSS. En Los fundamentos del leninismo, Stalin prueba que sólo cumple al pie de la letra el credo leninista. Lenin, primero con la NEP (Nueva Política Económica), y luego, ya enfermo, con algunas anotaciones contra el burocratismo (Sólo hemos logrado reproducir la burocracia del Estado zarista, llegó a afirmar), hace pensar que con él las cosas no habrían sido como con Stalin. ¡Y no sufría de paranoia como el georgiano! Pero su teoría pre-1918 conducía fatalmente al estalinismo. Del concepto de dictadura del proletariado al estalinismo no hay más que un paso.
Quizá Chávez, viendo que la nave se hundía, hubiese rectificado muchos de sus grandes errores, lo que Maduro, por la precariedad de su liderazgo en 2013 y 2014, no estaba en capacidad de hacer. Puede ser, aunque yo no lo creo. Hasta aquí llegamos como resulta de un largo proceso histórico que comprometió aspectos clave de una democracia, como los contrapesos y la autonomía en los Poderes Públicos, y el desarrollo de nuestras fuerzas productivas a causa de la visión estatista y populista de la economía.
Marypili me destacaba lo inoportuno de un debate como éste en momentos en que muchos chavistas disidentes de Maduro y opositores disidentes del G4 debemos coincidir en una acción política y electoral común. Yo le contesté que sí, que quizá tiene razón en eso. Y le expliqué: Lo pensé mientras lo escribía. Quizá no es oportuno. Reconozco mi herencia teodorista en esto de decir lo que pienso y hacer lo que digo. Igual, es sólo un artículo de opinión. Pero es un debate que, con respeto, sin la histeria antichavista de la derecha pitiyanqui, estamos obligados, por la Venezuela del futuro, a dar, para no repetir una y otra vez los mismos errores de estos últimos 60 años.
Hasta aquí lo que le escribí a la bella camarada. En la próxima parte referiré mis comentarios al mensaje de Barreto.