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M.G. Hernández

Hoy, al escuchar el evangelio, cuando las mujeres cercanas al hijo de Dios, con la fe puesta en sus palabras: ‘resucitaré al tercer día’, se dirigieron al sepulcro para constatar el milagro, tuve sin duda y con claridad la visión de lo que está ocurriendo en mi país, Venezuela. Fue como si el mismo Jesús me inspirara a contemplar, a través de su historia, lo que vendrá y que nadie podrá detener o negar: la resurrección de la libertad, la resurrección de la fe, la resurrección de la unión de un pueblo dividido y cruelmente vejado por la maldad de unos pocos que creyeron que el averno les daría el poder eterno.

Las mujeres, siguen siendo el vientre fértil donde nace el hombre, el vientre generoso que, contra la maldad y la iniquidad sigue pariendo igual que la tierra que, también es mujer y da a luz sin cesar, a pesar de que se empeñen en quemar sus raíces.

Las mujeres, sin gónadas masculinas, pero con una pasión y amor que vale por cien, enfrentan, sin la naturaleza violenta del macho, las situaciones que hacen nacer la venturosa existencia que, esta vez llamaremos libertad al norte de una Sudamérica que, ha comenzado a sublevarse contra el mal ya anacrónico y odiado por todos. No podemos seguir perdonando los horrores de la injusticia. Los horrores de pisotear sin piedad los principios de Dios, de la patria y de las leyes.

Recordemos a los discípulos y preguntémonos ¿por qué no fueron a buscar a su maestro al sepulcro al tercer día? Muy sencillo, por cobardía, por miedo a ser apresados o asesinados por el gobierno y por falta de fe. La fe, aquella que mueve montañas, pero también realiza los pequeños milagros que suceden todos los días sin que nos demos cuenta. Por ello, Jesús les dijo: “Hombres de poca fe”.

Si, la crueldad no es algo de hoy; los policías corruptos, viles y genuflexos, también perseguían en aquel entonces a todo el que se opusiera a Roma y al Sanedrín. Más, sin embargo, María Magdalena y la otra María, sin dudarlo, se levantaron en la madrugada y caminaron hasta el sepulcro para ungir con aceites y perfumes el cuerpo de Cristo. De repente, la tierra se estremeció, con la llegada de un ángel del Señor, que bajó del cielo y corrió la pesada piedra y se sentó encima. Su aspecto según la Biblia era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron tirados al piso como alfombras. Entretanto, miró a las mujeres diciéndoles: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho.

Creo que, pasados más de dos mil años, las mujeres venezolanas de valor inacabable, aquellas que no se detienen ante las amenazas de cabezas febriles y represiones genocidas, siguen luchando y seguirán luchando hasta el final para lograr romper las cadenas que han sometido a Venezuela durante más de veinte años. Creo que el nombre de María no es casualidad. El bello y sencillo nombre de María quiere decir “escogida por Dios”. Su origen es hebreo y hace referencia al nombre Miryam, que significa “excelsa”, haciendo alusión a características maravillosas.

Creo que nuestra María tiene a Dios a su lado, tiene su aliento y su fuerza. Nuestra María, logrará, con el apoyo de los justos, la victoria de la resurrección y liderará el camino de nuestro maltratado pueblo hacia la libertad y la justicia, igual a aquellas valientes que, a pesar de los guardias y soldados custodios, y la pesada piedra que cubría la puerta donde estaba Jesucristo, lograron llegar hasta él para luego, anunciar la buena nueva al mundo de entonces y al porvenir.

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