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 Dr. Abraham Gómez R.

 Miembro de la Academia Venezolana de la lengua

Nos atrevemos a pesquisar las interioridades de los tejidos escriturales del laureado escritor contemporáneo José Balza en la densidad de su versátil obra, que trasciende su propio discurso.

Conscientes que tales tareas comportan un obligante desafío para revisitar todo cuanto define su manera de ser, su alforja de imaginarios y sensibilidades; sin embargo, por lo pronto nos conseguimos que hay una indesligable simbiosis entre su vida y su narratología.

En Balza también queda sintetizado el axioma que lo que hemos sido y vamos siendo se lo debemos a la matriz epistémica que rige nuestro trasfondo vivencial; ese mundo de vida que nutre el modo de conocer individual y socialmente.

 Que a cada quien le impronta su singularidad, su estilo para simbolizar y decir con palabras las realidades.

Los lectores aprehendemos escurridizas lúdicas en cada texto de Balza.

 Acaso constituya una hermosa estrategia, de su parte, que incita a darle completitud a las ideas que apenas insinúa. 

Sus ejercicios narrativos   nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas.

“…pude haber sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente —pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras…”

Sus textos arquetípicos han irrumpido para provocar, para desencadenar innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos.

Le fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.

Busca hacer cosas con las palabras. Exactamente lo que J. Austin denomina enunciado performativo (“Cómo hacer cosas con las palabras” .1962), con lo cual el escritor no se limita a enunciar o describir un acaecimiento, sino que en el mismo instante de estar expresándolo se realiza el hecho.

Con toda seguridad, si digo el presente aserto obtendré bastantes coincidencias: leer no es sólo consumir signos lingüísticos, sino crear, elucidar, proponer, recomponer.

Acaso es una exageración que a menudo somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que en realidad escribieron; porque, aunque no toda lámpara tiene su genio, de lo que si estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara.

Cuando nos disponemos a leer –a frotar la lámpara para desafiar al genio– abandonamos la multiplicidad de inquietudes de la mente y accedemos a concentrarnos; a seguir el curso de una idea, de una argumentación, a confrontarla con nuestras propias consideraciones.

 ¡Los libros son objetos mágicos! Ni más ni menos.

El deltano Balza, de proyección internacional, sin dudas es un extraordinario manejador del lenguaje; por cuanto, crea, recrea y transforma toda idea, frase o expresión. Las aprovecha morfosintácticamente en su condición de artista literario, escultor de la palabra. A los vocablos les confiere resignificados que a veces ni nos percatamos.

Se ha hecho tan versátil y prolijo, que suficientes críticos literarios han advertido que quizás ha llegado el preciso momento – y lo estamos haciendo– de ir estudiando la narrativa literaria balziana por etapas, géneros, giros estructurantes, contenidos referenciales, motivaciones o cuerpo anecdótico de los relatos; porque sus tendencias e intencionalidades expresivas se han vuelto una cartografía multiforme.

Balza sostiene discursivamente conceptos guías que son metarrelatos para dar cuenta de lo que hemos vivido en constantes sustituciones.

Lo que hoy admitimos – lo expone con asiduidad en sus escritos — como interesante y deslumbrante proyecto nacional; ya mañana lo dejamos a un costado; mientras seguimos rebuscando una y otra vez, distinguidamente, en todos los tramos epocales.

Balza siente nostalgia por los designios oraculares de las aguas del Delta del Orinoco:

“…Un enigmático amor me ata al río. Ese tipo de pasión que nos condensa, en el pasado y en futuro. El Orinoco ha estado siempre donde lo encuentro hoy, frente a mi casa. Su presurosa inmovilidad tiene un lugar de asiento en mi propia vida. El río fue mi más poderoso juguete en la infancia. Los días se llevaron mi infancia. Yo cambié, cambié para querer ser siempre el mismo. ¿No seríamos acaso, en 1939, los juguetes que el río usaba para fijarse en alguna memoria? Fuimos juguetes del río con el cual se cree jugar…”

A decir verdad, el extenso y exuberante espacio natural y humano del Delta del Orinoco comporta un escenario multívoco que hoy impacta por su belleza; no obstante, mañana se transforma en algo, quizás mucho más maravilloso. Y así va siendo y haciéndose constante y sostenidamente.

Se dibuja una ilación de sueños interminables que nos apasionan.

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