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En la jocosidad de la ficción
MANUEL ARISTIMUÑO

En la jocosidad de la ficción, la publicación de hoy, la vamos a dedicar a algunos relatos breves del escritor Manuel Aristimuño.

De su libro «Conversación con el Diablo» (1994), extrajimos para ustedes, el cuento homónimo.

CONVERSACIÓN CON EL DIABLO
El accidente automovilístico fue algo espectacular: del pequeño auto rojo solo quedó una masa de hierro amorfa, los cauchos se dispararon hacia los cuatro puntos cardinales y Filiberto Marcano, chofer del automóvil, tuvo que ser recogido en pequeñas porciones Esa fue, en vida, la última mala maniobra de Filiberto frente al volante. Era un pésimo conductor, tanto así, que en su camino hasta el otro mundo, equivocó la ruta y fue a parar directamente al infierno.
-¿Qué vaina es esta? Creo que tome la vía equivocada. ¡Dios mío, estoy en el infierno! -Gritaba desesperado-
-Bienvenido, colega- lo recibió el diablo.
-Yo no merezco estar aquí, mi destino era el cielo al lado de los ángeles; yo nunca he sido un mal ciudadano, siempre cumplí con los diez mandamientos y respete la Constitución, por lo tanto, no he cometido pecados- Exclamaba Filiberto con el rostro bañado en lágrimas.
-Ya lo sé, colega- respondió Satanás.
Filiberto estaba al borde de la desesperación y proseguía en su defensa.
– Yo siempre fui fiel a mi esposa, asistí a misa todos los domingos, mis hijos hicieron la primera comunión, nunca he levantado la voz a mis padres, siempre paré el carro para que pararan los ancianitos, jamás me emborraché, no fumaba, no me trasnochaba, ni bailaba pegado ¡Soy casi un Santo!
Pero el diablo, vestido con una gran capa roja, acariciándose la chivita, sentado con las piernas cruzadas en una de las pailas del infierno, siempre respondía lo mismo. -Eso también lo sé, colega.
Ante esta reiteración, Filiberto perdió la paciencia y olvidándose del lugar en el cual se encontraba y enfrentándose al poder de dueño de la casa, le dijo:
-Bueno diablo del carajo, si tú sabes que he hecho una vida ejemplar, que nunca he hecho mal a nadie ¿Por qué carrizo me has llamado tres veces colega.
Lucifer, con la calma que caracteriza al que sabe que la tiene ganada, exclamó:
-Mira Filibertico, yo no te llamo colega porque tengas condiciones de diablo, sino porque tú, al igual que yo, tienes cachos.

En la jocosidad de la ficción,  de su Obra «La Venganza», disfruten ustedes de dos relatos más:

BONDAD
Inocencio Bellorin no era un hombre común. Su actitud ante los diversos inconvenientes que se le presentaban lo hacían parecer una persona apática o desinteresada; pero la gente se equivocaba, ya que la calma, la paciencia y la resignación de Inocencio tenían una razón de ser, puesto que, él era el hombre más bueno del mundo, digno de ser canonizado.
Su primera muestra de bondad la demostró el día que nació: en esa ocasión se negó a llorar luego de la nalgada por parte del médico quién, en un intento desesperado, empezó a abofetearlo y a estremecerlo duramente, hasta lo amenazó con regresarlo el útero; sin embargo, Inocencio permanecía en el más absoluto silencio. Tiempo después explicó que su mutismo fue voluntario, Ya que no quería que su llanto fuese a despertar a los otros niños que dormían plácidamente en las cunitas de la maternidad.
Inocencio también manifestó su benevolencia cuando tenía 15 años de edad y se dirigió con diez de sus amigos a recorrer los montes cercanos a su casa, en búsqueda de unas burras para descargar sus ímpetus juveniles. Sin embargo, ese día no encontraron a ninguna; en vista de esa situación, Inocencio se ofreció para ser el mismo papel destinado a las burras, para que así sus amigos no se sintieran frustrados por el tiempo perdido en aquel monte. Sus compañeros quedaron tan agradecidos con el voluntario que decidieron repetir esta acción durante seis sábados consecutivos. Ya no les hacía falta aquellos animales
Pero no solo los amigos de Inocencio se aprovecharon de su bondad. Según algunos de sus vecinos, un hijo de éste, llamado Bartolomé Bellorín, le robó una noche las llaves del carro de su padre, mientras que este dormía abrazado a su osito de peluche. La intención era irse de farra con compañeros y compañeras de estudio; esa noche demostró su impericia en el manejo de los tragos, ya que el carro de Inocencio amaneció dentro de una lujosa quinta, con la salvedad de que no lo metieron por la puerta del estacionamiento, sino a través de una pared. El automóvil quedó destrozado; muchos pensaron que esta vez sí iba a estallar la furia de Inocencio; sin embargo este no lo tomó de manera trágica, por el contrario, pensó que este accidente traería beneficio a los talleres de latonería y pintura, a los negocios de venta de repuesto para automóviles, al albañil que repararía la pared de aquella lujosa quinta y a esas instituciones sin fines de lucro (o de lucro sin fin) que son las clínicas, lugar donde fue a parar su hijo.

Su esposa también se aprovechaba de la candidez de Inocencio; tanto así, que cada vez que ella le miraba la cara, le parecía estar viendo a un venado, hasta llegó al extremo de apodarlo «Bambi», pero Inocencio pensaba que este apodo se lo habían puesto por la suavidad de su carácter o por sus ojos; pero sus compañeros de trabajo le advirtieron que este sobrenombre se debía a que ella se daba a la tarea de montarle los cuernos todos los días con hombres diferentes; era tanto el relajo de su esposa, que en la ciudad la conocían con el mote de «Cucaloca», pero esto a Inocencio no le parecía desagradable. Él pensaba que si eso la hacía feliz, que siguiera adelante, ya que la felicidad de ella era también la suya.
Un día consiguieron el cuerpo sin vida de Inocencio, sentado en una silla frente al televisor, con un disparo en la sien derecha. Al principio se pensó que se había quitado la vida porque no pudo aguantar más los sinsabores de la existencia; algunos achacaron la culpa a su esposa; sin embargo, la verdadera razón estaba contenida en una carta que Inocencio guardaba en el bolsillo derecho de su pantalón. En ella se encontraba escrito lo siguiente:
«He decidido quitarme la vida porque observé que en un programa de televisión como los gusanos se comen lentamente a los cadáveres; por lo tanto, dejo mi cuerpo a esos animalitos para que se lo coman y puedan crecer sanos y gordos»
Ni el patriarca Job lo hubiera hecho mejor.

LA VENGANZA
En el parque zoológico de la ciudad de Maturín, vivían felizmente un león llamado Marco Antonio y una Leona llamada Cleopatra. La jaula donde habitaban, rodeada de árboles que proporcionaban sombra y frescura, era una de las más visitadas, Ya que los rugidos del rey de la selva y su consorte, despertaban asombro y admiración. Sin embargo, la felicidad de esta pareja se vio ensombrecida a partir del día que colocaron a un loro parlanchín en una enramada contigua a la jaula de la pareja.
Dicho loro llamado César, los primeros días no mostró interés alguno por sus vecinos, pero luego de que el rugir de estos lo despertaran constantemente, ideó un plan para vengarse de tantos sustos recibidos y horas de sueño perdidas; fue así, aprovechando la masiva asistencia de público un día sábado, se dedicó a repetir insistentemente:
_El león es marisco, el león es marisco.
Esta ocurrencia de César provocó una estruendosa carcajada entre los visitantes, mientras que Marco Antonio se llenaba de indignación y Cleopata se ruborizaba y escondía la cabeza entre sus patas delanteras.
El loro se sintió ufano y repitió el mismo plan durante varios días. Ya los leones habían tomado la determinación de no molestarlo en sus horas de sueño, pero César se consideraba ahora la estrella principal del zoológico y seguía repitiendo, con más insistencia:
_El león es marisco, el león es marisco, el león es marisco. Lo que colmó la paciencia de la pareja de leones, ocurrió el día en que uno de los visitantes, luego de escuchar el loro, dijo:
_Eso debe ser verdad, porque yo tengo más de 5 años viniendo al zoológico y esa leona nunca ha salido preñada.  Estas palabras cayeron como un balde de agua helada en los oídos de los félinos, quienes hacían vanos intentos por salir de aquel encierro y vengarse de su plumífero enemigo. Sin embargo, una noche por descuido del vigilante del parque, la puerta de la jaula de los leones quedó entreabierta. Cleopatra miró a su alrededor y vio que su pareja dormía plácidamente, por lo tanto, no quiso despertarlo. Luego, observó que César también echaba un sueño en la enramada. Lentamente, se fue acercando hacia él y, dando un gran salto, lo engulló. La víctima no tuvo tiempo de reaccionar. Al día siguiente, celebración de Fiesta Nacional, el parque zoológico se encontraba atestado de gente. Marco Antonio y Cleopatra volvían a ser las atracciones principales; y cuando observaron que ya tenían suficiente público alrededor de su jaula, el león rugió como no lo hacía desde la llegada de César. Esto hizo que los asistentes aplaudieran; luego le tocó el turno a La leona, quien al intentar lanzar a los cuatro vientos su sonoro rugido, solamente se escuchó una voz desde lo profundo de su estómago, que decía:
_ «¡El leooooón es mariscoooooo; el leooooón es mariscooooo…»
Así concluyó la felicidad de esta pareja de leones. Siguen viviendo en la misma jaula, pero que por órdenes de Marco Antonio, Cleopatra tiene que permanecer completamente muda.

Publicación elaborada con informacion obtenida de libros obsequiados por el autor, a quien le estamos agradecidas con tan hermoso gesto. 

Ismari Marcano Dicurú

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