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REGRESO

Por Ismari Marcano Dicurú

De vuelta aquí… como los salmones. Culminado el arduo regreso al comienzo de toda su vida, ¡ha llegado!  El Alma exhibe su rostro maquillado por las secuelas del estrés. El cuerpo tampoco escapa de las consecuencias de los abusos que hizo con él.
Cuando los adolescentes salmones marcharon del Liceo al mar del progreso y la esperanza, su terruño, apenas era un Pueblo quitándose la ropa campesina. Ahora, los salmones han encontrado una pequeña Ciudad de vestido nuevo con múltiples problemas.
De nuevo ella camina por las mismas calles, pero el sol parece ser más inclemente que cuando era niña o es que… ¿las penas vividas dejaron su piel más sensible? La gente a su lado va de prisa, mas se toman la molestia de ver de reojo a la aparente fuereña.
Anda de jean, sin maquillaje, casi despeinada y con zapatos planos. Su vestuario, accesorios y plumas de pavo real -compañeros de largo viaje de vida- los dejó por allá donde hay que coquetearle al progreso.
Ahora, le toma el doble de tiempo llegar a la plaza Bolívar ¡La brisa y el calor son implacables! Parecen no reconocer en ella a su chiquilla. Piensa que con tacones altos ¡hubiera tenido que sentarse a descansar de cuadra en cuadra!
Ha abandonado el auto en el garaje del Viejo, quizás en un deseo inconsciente de regresar el tiempo. De volver a donde no tenía más nada que unas piernas largas… ¡largas! para devorarse la esperanza, mientras se dirigía al Liceo.
Definitivamente, los sueños son más livianos que las penas. Con razón, ahora su andar es pausado, mientras que de niña sentía placer en devorarse las grandes distancias con sus piernas de gacela.
Sin auto, las bolsas del supermercado las trae en las manos. Pudo tomar un taxi, pero no lo hizo. No lo sabe, pero de nuevo inconscientemente quiere traer el pasado. Su andar se vuelve más lento por el peso de los comestibles.
Faltan dos cuadras para llegar a casa y en la misma esquina se acuerda de su Madre. La ve venir cansada desde su mirada de niña en ella misma… llevando las bolsas con comida a casa. En esos instantes, el tiempo va y viene en fracciones de segundo. La niña que ve venir a la Madre. La Madre en ella misma queriendo llegar a casa.
Como los salmones… ¡ya está de vuelta! Espera morir aquí en el Pueblo -que todavía conserva la inocencia de un arroyo- con todo lo que logró allá en el mar del progreso, donde al menos, pudo brillar con su insistencia de siempre.

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