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M.G. Hernández

Los atavíos son de revista, todos y cada uno se siente listo para la fotografía, como podría ser diferente, si hemos gastado un capital en el vestido, los zapatos y accesorios, ni qué decir la cuenta de la peluquería. A estas alturas nada importa, lo que sí, es sentirse de estreno y con un look que despierte admiración y se vea espectacular en las fotos que vamos a subir a Instagram.

Al llegar la cena nos da lo mismo la estrechez del vestido. Los manjares son demasiado gloriosos para dejarlos en la mesa, total, la promesa de hacer dieta empezando enero nos ayudará a bajar las calorías consumidas en diciembre. La risa me consume al recordar los testimonios de amigos algo pasados de peso que, con los años terminaron convenciéndose que morirían, algo pasados de peso.

Es que señores, abrir una hayaca es tener el placer de los dioses, lógicamente cada quien con su sabor. Los centrales, sureños, maracuchos u orientales, ninguno, podemos pasar navidades sin ese multisápido elemento combinado a la perfección por el suculento pan de jamón. Lo demás es parecido en cualquier otra mesa de América, el pavo con su salsa de arándanos, la ensalada de gallina o el sabroso pernil.

La música es también muy particular, recuerdo de pequeña los aguinaldos, muy pocos originales de nuestra tierra, eran cantares propios de España que adoptamos en América Latina. Lo malo del hoy frente a lo que fue ayer, es que las puertas de las casas se mantenían abiertas de par en par mientras las calles se iban llenando de carros de los amigos que llegaban con ofrendas y alegría a degustar nuestro banquete y a tomar un whiskisito para celebrar. Los vecinos se asomaban una por una en todas las casas de la cuadra mientras se les ofrecía un plato con nuestros guisos que comían con placer. Admiraban el pesebre, el arbolito y también echaban un pie. Hoy, nadie abre las puertas y solo reciben los amigos que se invitan a la fiesta de la despedida al año viejo.

No deja de oírse la radio por encima de la televisión, casi nadie que se enfiesta ve televisión, y como dije antes, el aire estaba lleno de villancicos.  Al presente, por lo menos en Maracaibo, la gaita ha tomado su lugar para quedarse reemplazando no solo la música sacra sino a las orquestas de Billo y a Los Melódicos que cada vez se oyen menos; sin embargo, Zavarce y su “Faltan 5 pa´las 12”, parecieran inmortales.

Al llegar las 12 y, si pudiera verme por una ventana del tiempo, me destornillaría de risa viéndome tomar una de mis maletas, meterle dólares, un avión de juguete, unos pasajes y no sé cuántas cosas más, para salir a remontar la calle pidiéndole al espíritu del nuevo año vivir en la tropósfera a diez mil pies de altura, rumbo a cualquier país donde me sentiría tremendamente ilusionada. Nosotros, el ser humano, no tiene límites cuando se trata de lograr felicidad o fortuna y si tiene que encaramarse en la copa de un árbol y contar hasta cien para ganar la lotería, estoy segura tendríamos un coro que se oiría hasta en las nubes, por ello la ropa interior color de oro, las uvas o las lentejas. No sé de dónde vienen estas tradiciones pedigüeñas, pero sé que son tan viejas como el tiempo y seguimos practicándolas sin acordarnos de pedir ser cada día mejores, conocernos y entender nuestra misión en este planeta. Solo les diré para terminar esta narración que somos energía y no voy a profundizar si es algo más allá de lo físico, emociones y pensamientos, porque lo es, y podemos llamarlo como más nos guste, a mi me gusta nombrarlo Amor.

Así es amigos, a todos les deseo desde mi Amor, que el próximo año les conceda todos sus deseos, eso sí, siempre que sean para crecer y respetando a los demás.

FELIZ AÑO 2023

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