Coterráneos, encantado en saludarles nuevamente. Siempre con la verdad por delante. Mire, en las guerras, sean éstas ideológicas o de cualquier índole, unos mueren y otros vencen. Porque en las guerras se muere o se vence. La vida es secundaria. La meta es vencer.
Se entremezclan las pasiones, las armas, las ideas, los conceptos. Se desata todo ello, pero también se desatan los corazones ardientes y temerarios, envilecidos y empobrecidos por el coraje de la sangre, del ardimiento en el empeño extremo por defender un símbolo, un país, que es su pasión.
En ese fragor intenso, rebelde, el combatiente se olvida de si mismo, de su conveniencia, y se entrega a una razón, su razón, que es su ideario, que supone idóneo para proyectar el ideal social y político de su país. Pero no siempre se impone la razón, la democracia, lo excelso.
Muchas veces se impone la antítesis de la democracia, de los derechos sociales y humanos, en la figura de elementos que propugnan ideas populistas como un velo que esconde sus reales intenciones que son la mentira y la traición.
En nuestra América organizaciones políticas con ideario en el papel, humanista, democrático, pero al accionar es patente ante la sociedad su incompatibilidad con la misma democracia, con los derechos humanos y sociales de sus conciudadanos, quedando al descubierto su verdadero rostro político: una antropofagia social.
Éstas organizaciones se erigen como fuertes, y no es que lo sean, son realmente liliputienses y pretenden esconder sus pifias arrimándose como pinchez a la «potencia» EE.UU. del pillaje tomando su ejemplo: la pillería, como su pilar, a través de requiebros y carantoñas que ponen en vergüenza la verdadera gallardía latinoamericana.
Esa extravagancia los a puesto al descubierto ante sus paisanos. Aquello de que «la violencia es el arma de los que no tienen razón», puede muy bien aplicarse a esa «potencia» que a través su » poder» bélico intenta imponer en el mundo su ideología y su seudodemocracia, amparados por traidores y estafadores que venden sus países por pedazos mediante embelecas negociaciones. Pero la fuerza no es mayor que la de la razón, y el poder de las ideas honorables es inmensurable ante la abyección y la felonia.
Es inquebrantable e irrevocable el amor por la patria ante el irrisorio papel de conciudadanos que en notoria jauría al lado de los enemigos de sus patrias latamente y desde hace rato están dejando ver su languidez. De modo que no hay mayor fuerza que el amor a la patria, él hace invencible a quien lo use como arma, como escudo, como guía.
Así, no se pierden batallas, solo se descubren las traiciones y se analizan los detalles, pero no se pierde. El amor a la patria adosada a ideas nítidas con nivel por un honroso motivo: la patria, es inquebrantable.
Venceremos si el norte siempre es la patria. Nuestra patria es irrebatible. Hasta y en victoria siempre.
Venceremos. Siempre venceremos.