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Crisanto Gregorio León

Quienes saben de gerencia acertadamente  concluyen que las personas no renuncian a sus trabajos sino a los malos jefes.

Generalmente las personas que se han mantenido por  un estimable tiempo en una industria, empresa, o institución, lo hacen  porque sienten  un “enganche” sui generis con su trabajo.

Diversas son las motivaciones,  entre las que se puede  citar  la vocación, un sentirse a gusto con lo que hace por encima de otras situaciones no deseadas que se toman como soportables en función de experimentar  incluso un  sentido de pertenencia y que aunque la empresa no sea suya, la siente como propia porque la defiende, la estima y se preocupa por  mantenerle, darle o impulsar  su prestigio y buen nombre. Siendo esta la actitud que la robustece y  la sustenta.

Hay quienes cuando ingresan a una institución  ya tienen una aquilatada carrera en el objeto mismo al que se contrae  la actividad de esta y se suman con su experiencia, capacidades y competencias  en el Know-how de la empresa y gustosos transfieren sus aptitudes  y talentos  para el despliegue exitoso del giro de ese negocio. Teniendo incluso más años en esas labores que la propia compañía.  Eso es algo que la empresa mayormente respeta y protege por saber que ha captado el talento humano que requiere.

Por otro lado, están los clientes por cuya satisfacción se esmera el negocio y en ese afán procura el mejor producto del mercado o por lo menos que compita con los niveles de exigencia  de similares industrias, empresas o instituciones.   ¿Cuáles son entonces las razones por las cuales las personas deciden renunciar  a un empleo o trabajo que quieren y que les gusta?

Si la persona aunque no reciba un abultado salario y no obstante se ha quedado en su empleo, es  porque siente un compromiso más allá de este asunto y quiere y le gusta  lo que hace. Algo difícil de digerir para algunos directores o gerentes que prefieren pensar como déspotas enmascarados de  humanistas y darle de latigazos a la relación laboral azotando y oprimiendo a su talento humano hasta hacerlos renunciar. Recordemos al bardo  Manuel Machado “fatigas pero no tantas que a fuerza de muchos golpes hasta el hierro se quebranta”.

Cuando el sentido de entrega y compromiso entre el talento humano y la empresa se fractura en apariencia no obstante haber ese salario emocional que compromete espontáneamente  a la gente con lo que hace.  La fractura es realmente  con los jefes, no en con la empresa y ni siquiera con los dueños o accionistas de esta quienes desde todo punto de vista quieren lo mejor para su negocio. Directores y gerentes con los egos abultados parecen levitar  privando la jactancia y la prepotencia por encima del interés institucional;  siendo esta la actitud que la mengua y la fisura.

Hay industrias que experimentan o han experimentado renuncias masivas de su talento humano  por el comportamiento subterráneo y déspota de los directores y gerentes quienes bajo un argumento atávico, provocan una huida de la mejor gente con que contaba  la empresa. Gente a toda prueba, curtida en esas labores y esos quehaceres, con mística y que constituían  orgullo institucional.No son todos los que están, ni están todos los que son. Sin embargo, recordemos un pensamiento de Jules de Goncourt. “El más largo aprendizaje de todas las artes es aprender a ver”

Profesor Universitario/Abogado/Periodista/Escritorcrissantogleon@gmail.com

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