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«Yo no estaba buscando una religión. Antes de conocer a mi esposo no tenía ni idea de qué era el judaísmo», dice Sarah Mintz, su nuevo nombre

Todos los viernes al anochecer enciende dos velas y bendice con su familia la entrada del Shabat. En la mesa, dos panes trenzados amasados por ella misma son fiel reflejo de esa nueva vida que la llevó a dejar el glamour de las telenovelas para abrazar la ortodoxia judía.

«Disfruto hacer ‘jalá’ (pan para el día más sagrado del judaísmo), la hago con los niños porque siento una conexión y que estoy haciendo parte de mi trabajo como mujer», explicó en una entrevista con Efe Sarah Mintz, antes una de las villanas más reconocidas de la pequeña pantalla.

Hasta hace dos años era conocida como Maritza Rodríguez (Barranquilla, 1975), estrella de éxitos como Silvana sin lana o Marido de alquiler, y solo en 2016 presentaba despampanante los premios Billboard Latinos luciendo un vestido de infarto.

Pero hoy todo eso quedó atrás, la modelo, actriz y empresaria colombiana es la guionista de su nueva faceta espiritual y sigue los preceptos de la «tzniut» («recato» en hebreo), razón por la que cubre su cabello con una peluca y no deja ver sus brazos ni piernas más allá de lo estrictamente permitido.

Una búsqueda espiritual 

Cuando decidió convertirse al judaísmo ortodoxo abandonó todo proyecto profesional que implicara interpretar escenas subidas de tono o se produjeran en entornos católicos, como las iglesias en las que suelen casarse los protagonistas de las novelas latinoamericanas.

«Desde el primer día que anuncié mi nuevo camino, me dije ¿hasta dónde lógicamente puede llegar una mujer que guarda «tzniut» que no puede darse besos con su protagonista?», reconoce la actriz que adoptó el nombre de la primera matriarca bíblica, que asegura «la escogió» a ella en lugar de al revés.

Su decisión de apartarse de los focos y emprender un heterodoxo sendero espiritual tiene mucho que ver con una búsqueda que, recuerda, se inició cuando tenía unos 12 años y observaba las carteras de las mujeres y se preguntaba qué podían contener.

Empleando esa metáfora, hoy esta mujer de 44 años afirma que a lo largo de su trayectoria se cuestionó qué podría guardar en su «alma y su mundo interno» y que en Shabat no necesita bolso alguno, «el mundo espiritual elimina todo lo material».

Cuando conoció a su hoy marido, el productor mexicano ganador de un Emmy, Joshua Mintz, nunca imaginó el cambio que pegaría su vida.

«Yo no estaba buscando una religión. Antes de conocer a mi esposo no tenía ni idea de qué era el judaísmo», aclara antes de asegurar que su entonces pareja no era observante.

Con él vivió en Estados Unidos y decidió casarse por lo civil, el primero de tres matrimonios que han celebrado en total, los dos siguientes según los ritos del judaísmo conservador y ortodoxo, el último en una boda en Jerusalén.


Pero ella descarta tajante que haya sido su relación sentimental la que la condujo a su nueva vida como judía ortodoxa y cuando tomó la decisión: «El último que supo fue mi marido, quedó loco, yo ya había tomado cuatro clases con el rabino».

El rabino de los famosos 

El primer contacto le llegó a través del rabino Philip Berg, del Centro de Kabbalah Internacional, conocido como el «rabino de los famosos», al haber instruido a celebridades como Madonna o Demi Moore.

«Es una tecnología para el alma y como estaba buscándole sentido a todo, empiezo a comprar todos los conceptos», rememora sobre su inmersión en un universo que solo despertó más preguntas que respuestas.

De manera autodidacta descubrió que esas enseñanzas «no podían estar separadas de una religión» y se planteó que aquello que sentía debía pasar por el tamiz de algo mucho más grande, que la llevó a convertirse al judaísmo, decisión con la que se considera «otra persona» tras haber cambiado de maquinaria: «Es como un coche al que le han cambiado el motor».

Su experiencia la ha llevado a protagonizar conferencias y tutoriales en las redes en las que muestra una cara glamurosa de lo que considera el judaísmo ortodoxo moderno.

«Muchas religiosas ortodoxas tenemos esa imagen de que se te acaba la vida, con una peluca que parece un trapero, tristes o que no miran a la gente», censurÓ.

No descarta seguir su carrera en proyectos «kosher», que cumplan con los preceptos del judaísmo, a la luz del recientes interés que están despertando series que abordan las corrientes ultraortodoxas, eso sí, bajo autorización del Rabinato y que incluya un mensaje de «Kidush Hashem» (Gracia Divina).

«No creo que «Hashem» (Dios) me haya dado este talento para guardarlo en un cajón», sonríe retórica.

Precisamente el éxito planetario de Netflix «Unorthodox» («Poco Ortodoxa», en español) ha puesto el acento en cómo vive la mujer en comunidades fundamentalistas judías, en las que se rapan el pelo, viven para tener hijos y cuidar de la familia y la tradición.

«Para mí, vivir significa darle forma a lo que el alma te pide», afirmó Mintz al respecto e insistió: «si entiendes el mundo televisivo, la serie no es una clase de Torá, cada uno debe tener su propia relación con Dios».

AGENCIAS

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