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“No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria” Dante Alighieri.


“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Así lo expresó el padre la patria, Simón Bolívar en su pronunciamiento ante el Congreso de Angostura el 15 de febrero 1819. Si hiciéramos un balance 198 años después, ¿podríamos decir que en Venezuela alcanzamos ese sistema de gobierno? Yo creo que no.

No creo que haya muchos venezolanos felices en estos momentos más allá de los que reciben prebendas del poder. Se define como felicidad, “ese estado de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno”. Ese no es el caso de casi treinta millones de ciudadanos que hacemos vida en este país. 

No es posible estar satisfecho cuando no puedes comer o vestir o gastar tu dinero en lo que tu deseas hacerlo, mucho menos cuando casi no puedes comer y a duras penas vestirte, ni sacar tu dinero del banco. No existe ningún grado de satisfacción en no poder tener una remuneración digna que te permita vivir decentemente; ni la hay cuando no puedes recrearte ni ofrecerle esparcimiento a tu familia, bien porque la hiperinflación en la que vives o la inseguridad reinante en las calles te lo prohíben; tampoco la hay cuando debes abandonar la tierra que te vio nacer buscando oportunidades de vida. El balance de la felicidad está en rojo.

La suma de seguridad social a mi entender también está en negativo. En nuestro país lo único que funciona bien es la maquinaria de la propaganda oficialista. Nuestros hospitales ya no son hospitales, son salas del horror. No existen medicamentos ni material médico quirúrgico en ellos ni en las clínicas privadas tampoco, las farmacias son ahora espacios donde en lugar de medicamentos puedes conseguir refrescos, arroz, azúcar, pastas o algún que otro enlatado porque las medicinas se fueron para no volver.

Regresaron enfermedades contagiosas que habían sido erradicadas hace más de 50 años y nuestros niños mueren de desnutrición por no hablar de las penurias que debe vivir una familia cuando pierde uno de sus miembros para darle cristiana sepultura. Los servicios públicos dejaron de ser servicios porque no sirven a nadie y ya no son públicos porque nadie disfruta de ellos. Tramitar cualquier documento puede ser un drama que se sufra por muchos meses o que finalice en una matraca, las calles están llenas de basura y la educación ha retrocedido unos cincuenta años de manera groseramente vertiginosa. ¿Cómo educar bien a un chamo que llega a la escuela con el estómago vacío y sale de ella en igualdad de condiciones?

No hay seguridad social donde el Seguro Social no tiene nada de seguro. Que jubilados y pensionados tengan que dormir en las puertas de los bancos y hacer inclementes colas al sol para recibir una exigua paga mensual bien ganada durante años de duro trabajo es por menos, inhumano. Qué bueno hubiese sido que el Fiscal General de la Republica se hubiese dado cuenta que el ex director de dicha institución era un ladrón de siete suelas (como dijo hace poco en una aparición televisiva) cuando estaba robándose la plata destinada a la salud de los venezolanos y no ahora, una pila de años después porque este «señor» se fue a un país vecino renegando del “proceso” del cual se sirvió a plenitud, o que en la contraloría le hubiesen metido mano a los que se llevaron la montaña de cientos de millones de dólares que eran para el Sistema Eléctrico Nacional, porque resulta pasa y acontece, por si no se han enterado aun los organismos de control, que en el último mes el país ha estado diez días sin luz y sin agua potable con una semana de intermedio. Diez días en los que la ya mermada producción nacional y la actividad comercial se paró por completo, se produjeron actos vandálicos, diez jornadas en que los chamos no fueron a pasear el hambre a las escuelas, digo los que todavía van a las escuelas, y se perdieron vidas humanas por la falta de energía eléctrica en emergencias y salas de cuidados intensivos.

Donde no hay felicidad ni seguridad social no puede haber estabilidad política. La queja, la inconformidad y la protesta son inevitables cuando tienes a todo un pueblo arrecho porque durante veinte años lo llenaste de promesas y no le has cumplido ninguna. Cuando tratas de convencerle de las formas más inverosímiles que todo está bien, de que son felices, que nos les falta nada porque los llenaste de lentejas en vez de carne, pollo y pescado; pero tratas además de hacerlos brincar en una pata porque un salario mínimo solo les alcanza para comprar un kilo de queso duro. Pretendes que ese pueblo debe aplaudir que no haya tratamientos para los niños con cáncer y que dializarse sea un hecho casi heróico. Bueno y si no eres feliz así, te la calas y ya, porque esta es la revolución del siglo XXI. El descontento crece, se hace sentir.

Nos hemos alejado ostensiblemente de la felicidad, del progreso y la bonanza. Algunos podrán creer que ser rico es malo, mientras que los que pregonan ese discurso cada vez ostentan más descaradamente los signos de riqueza de los que se dicen detractores, podrán creer también que la culpa de esta desgracia sostenida, mantenida y agravada que vive el pueblo de Venezuela es culpa de otros y no de quienes nos gobiernan desde hace veinte años y podrán creer además que la luz se va por días porque animales de la fauna autóctona atacan alevosamente los cables; las subestaciones son saboteadas con juguetes infantiles tradicionales o que aquel cuento de los ataques cibernéticos es una realidad. Pero esos pocos que aún les creen están igual de famélicos, caquéxicos, cenicientos, enfermos y carentes de todo que el resto de sus compatriotas que estamos seguros que este no es, por lejos, ni siquiera un modelo de gobierno aceptable.

José Manuel Rodríguez Analista / Consultor Político josemrbconsultor@gmail.comtwitter: @ingjosemanuel

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