Por Enrique Ochoa Antich
Luego de ¡26 años! de hegemonía chavista (a punto ya de emular al fenómeno gomecista), y, en particular desde 1999 hasta 2018, después de los gobiernos más destructivos de las institucionalidad democrática y de la economía y la sociedad venezolanas, lograr un cambio por la vía electoral era algo relativamente fácil. ¿Por qué, en cambio, se percibe que la victoria es tan pero tan difícil? Mi interpretación es que la fácil victoria se embarulló, como intentamos demostrar en el artículo de ayer, a causa, a mi juicio, principalmente de graves errores atinentes a la propia oposición. Es decir, de una falla de origen en la estrategia opositora.
La falla de origen
Cuando se asumió como idea rectora de esa estrategia el desafío, en particular a un adversario tan formidable como es un régimen autoritario de partido-Estado, y no el pacto; cuando se descartó y anatemizó la idea de postular una candidatura que contara con la aquiescencia del régimen autoritario; cuando se vilipendió como “colaboracionistas” a quienes sugerimos proponer al PSUV los términos de una cohabitación e incluso de un co-gobierno a partir de 2025; cuando se designó candidata a una lideresa inhabilitada (reto inútil, necia bravata); cuando ella arrancó su campaña con la frase memorable (digna de una antología de la estupidez política): “Maduro, ven pa’cá, Yo lo que quiero es verte preso”; cuando cometió la infamia de financiar una campaña por las redes de destrucción moral y política de quien era su natural sustituto y quien habría hecho mucho más fácil la victoria: el gobernador Rosales; cuando se escogió a un candidato sobrevenido, cuyas primeras declaraciones repudiaron las “sanciones”, y la privatización de PDVSA, y promovieron la reconciliación e incluso un co-gobierno con individualidades del PSUV, pero se le pretende “titerizar” desplegando una campaña de otra lideresa que no es candidata pero sí es candidata; cuando se hace tanta boba y majadera cosa, obviamente se está colocando entre la espada y la pared a un régimen político autoritario de partido-Estado cuyos gerifaltes no se distinguen precisamente por ser muy respetuosos de las formas. La revolución todo lo permite. Lo sé, porque siendo adolescente también llegué a pensarlo. Pero hablando en concreto, sin disquisiciones históricas ni ideológicas, aquí y ahora: si el vaticinio que conjeturan es la cárcel, la persecución, la disolución de sus Poderes, los jefes de partido-Estado preferirán “curarse en salud” y hacer lo que sea necesario para mantenerse en el poder. Hoy por hoy, Maduro puede ganar. Incluso, sin “trucar” los votos. Sí, por razones más logísticas que políticas, pero todos sabemos lo que nos recuerda la primera ley de la dialéctica (¿o era la tercera?): que la cantidad muta en calidad, luego lo logístico al final es un hecho político.
Lo hemos escrito centenares de veces: Todas las transiciones democráticas pacíficas exitosas que en el mundo han sido demostraron hasta la saciedad que fueron políticamente viables si y sólo si quien dejaba el gobierno se mantenía en el poder, compartiéndolo. En nuestro caso, el cambio es posible si el PSUV forma parte del cambio. Es decir, nuestra transición debía… y debe… hacerse con y no tanto contra el PSUV. Persuadiendo a sus capitostes y no retándolos. No se hizo, y por eso hoy la victoria es tan difícil. Con una candidatura como la de Manuel Rosales, la victoria habría estado casi asegurada pues hubiese tenido la aquiescencia del PSUV. Y hace rato que Rosales se habría encontrado cara a cara con Maduro para pactar minuciosamente la transición (algo que, aunque dio señales en ese sentido, a EGU no le permitieron o no estuvo en capacidad de hacer).
Si igual la oposición gana, acaso haya aún oportunidad de retomar esta ruta pactada. No le arriendo la ganancia a otra basada en la confrontación, la venganza y la tierra arrasada, con cuatro Poderes públicos como contrapeso y una Fuerza Armada y unas policías aún sometidas al influjo chavista.
¿Es posible una “avalancha”?
No es imposible aunque, número sobre número, porcentaje sobre porcentaje, la veo cada vez más improbable. Por eso insisto en la realista urgencia de internalizar la posibilidad cierta de una eventual victoria del presidente Maduro… incluso sin “trucar” los votos… Pero digamos, como simple hipótesis de trabajo, que se produce uno de esos fenómenos mágicos a los que es tan dada la política (en particular en este Macondo que es Venezuela y en general el continente latinoamericano). Por ejemplo, que se produzca una avalancha electoral a favor del cambio. Éste es un fenómeno sólo consignable a EGU y tal vez la única forma de que su victoria electoral se produzca. Una “avalancha” que tome por sorpresa a todos, propios y extraños. Obviamente, ninguna “avalancha” electoral redundará en beneficio de quien ejerce el poder desde hace largos y pesados 26 años. Sería, naturalmente, más en contra del gobierno que por la oposición. No es imposible. Pasó en 1998, lo que le dio a Chávez el 30% del registro electoral (no más) con el que ganó aquellas presidenciales. Incluso los adecos acarreados por el Partido del Pueblo al final votaban por el Comandante fallido del 4F. El puntofijismo no es este régimen autoritario de férreo control sobre las instituciones. Pero sí, puede pasar. Una votación masiva y clamorosa a favor del cambio encarnado en el que más puede, si se reduce la abstención, por ejemplo, o si los “otros” no alcanzan todos juntos un 6% de los votos, tomaría por sorpresa y “desarmaría” a la maquinaria del partido-Estado, por poderosa que ésta sea.
Lo veo improbable pero digamos que no es imposible.
El día después
Cualquiera que sea el resultado final, tanto éstos como aquéllos deben estar preparados para el reconocimiento de la victoria del otro.
Si pierde el gobierno (no tan probable como algunos piensan), que Maduro y sus conmilitones remitan su pensamiento a la experiencia sandinista o la de Lula o la del peronismo. En democracia se pierde y luego, al transcurrir de los años, se vuelve a ganar. Creo que a esta eventualidad se debe lo de los seis meses de plazo entre los comicios y la asunción formal del nuevo presidente. Lo de la fecha chaviana me parece secundario, mera apariencia, excusa. Ante la eventualidad imponderable de perder, se busca tiempo para negociar de inmediato las condiciones y las garantías que el chavismo requiere para hacer política… sin el Poder Ejecutivo, lo que en realidad no es mucha tragedia, teniendo en cuenta que conservarán el control sobre el Poder Legislativo, el Poder Judicial, el Poder Ciudadano, el Poder Electoral, la Fuerza Armada, veinte gobernaciones y más de doscientas alcaldías. Además, tal vez dejar el palacio y el presupuesto, y regresar a la calle y a la gente, y ejercitarse en esa gimnasia potente que es en la política ser oposición, pueda revitalizar a una fuerza popular (uno de los cuatro fenómenos populares más clamorosos de nuestra historia republicana… con Boves, el liberalismo del siglo XIX y la AD de siglo XX) que se amodorró, burocratizó y achicharró en el poder. La permanencia en él ha sido excesiva.
Si pierde la oposición, conjurar la tentación de culpar al otro de la propia derrota. Puede ocurrir que una epifanía transforme a los extremistas infernales en ángeles de Dios, pero intuyo que los más exaltados probarán tornar al expediente insurreccional, intentando arrastrar con ellos al desbarrancadero a los siempre reticentes pero pusilánimes moderados. Acaso se produzcan inútiles tentativas golpistas. Acaso aquí y allá, en contados enclaves de la alta clase media, broten barricadas violentas. Acaso se tornará al llamamiento a la opinión pública internacional para regresar al precedente del desconocimiento y al recrudecimiento de las sanciones criminales. Todo eso morirá por inanición, y mucho antes de lo que se imaginan sus perpetradores.
Por el contrario, una oposición de Estado debe reconocer en el acto los resultados (sin perjuicio, si es que lo desea, de requerir una revisión pormenorizada de las actas en papel… pero reconocer los resultados). Debe aprovechar la ocasión para deslindar campos de una vez y para siempre con la oposición extremista. Debe mirarse al espejo y preguntarse, no qué hizo el otro para que yo perdiera, sino qué hice yo para no evitar esa derrota. Y, last but not least, debe, si es que en el régimen autoritario de partido-Estado se intentase una audaz operación de abrir sus puertas a una mayor pluralidad que sea el umbral a otro tiempo de reencuentro, democracia, paz y progreso, estar disponible sin esguinces para convertirse en acompañante e interlocutor válido y proactivo de ese cambio en la tesitura del ejercicio del poder por parte del chavismo. Como los adecos y en particular Betancourt estuvieron disponibles frente a las tímidas aperturas de López y luego las más amplias de Medina. Como los demócratas de Solidaridad estuvieron disponibles ante las aperturas comunistas desde el poder. Como Mandela estuvo siempre disponible, incluso contradiciendo a sus conmilitones, ante las aperturas de los blancos racistas de Sudáfrica. Como los socialistas y comunistas españoles estuvieron disponibles ante la apertura de la nueva monarquía liberal heredera del franquismo.
Ojalá que Maduro entienda que ése puede ser su lugar en la historia, una mezcla de López Contreras y Medina en lo político y de Deng Xiao Ping en lo económico. La posteridad sabría reconocérselo.
Por lo pronto a votar todos, y a mirar al futuro con la fundada ilusión de que los venezolanos podemos. Los venezolanos podemos superar nuestros desencuentros y nuestras atrofias autoritarias y construir entre todos juntos una democracia plena que lo sea de veras. Los venezolanos podemos reconstruir nuestro devastado aparato productivo para impulsar una economía social de mercado con un vigoroso Estado de bienestar. Los venezolanos podemos ser amigos de todas las naciones, sin desplantes necios pero preservando nuestra soberanía. Basta algo de buena voluntad, y ésta existe en todos y cada uno de nosotros.