El Globo Azul

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En mi cuarto, todo enlutado, siento en mi duermevela que voy entrando al mundo onírico, quizá a otra dimensión, a otra vida. El hechizo de Morfeo va cubriendo mi cuerpo y mis párpados pesan demasiado para abrirlos, pero es gratificante. Me siento ligera y empiezo a distinguir un panorama que evoluciona con rapidez en mi mente.

Me vi algo contrariada, recostada a la baranda de la terraza de mi añoso apartamento, disfrutando un espectacular paisaje. Desde este púlpito y entre vapores de ensueño, contemplé perfiles de edificios y el lago en toda su inmensidad. Mi vista parecía abarcar ilimitadas extensiones, hasta la sombra lejana del viejo puente de mi hermosa ciudad, logré distinguir en mi delirio. Todo tenía vibrantes colores, parecía Maracaibo, un tapiz Guajiro recién tejido. No había nada viejo, ni vencido por la desidia brutal que nos ahoga, todo relucía pese a la oscura noche, bajo una gran luna llena que vi muy cerca mientras remontaba alturas.

Deslumbrado mi espíritu con la belleza del inconmensurableuniverso pensé en buscar a Dios, quería preguntarle, porque en mis sueños, no me permitía compartir con el hijo que se fue con Él sin mi permiso. Y le rogué, que le dejara venir entre los vahos de la ilusión, en esta noche maravillosa para compartir conmigo. En ese momento no recordaba, que era la víspera de su cumpleaños.

Amaneció y no soñé con él. Le decíamos Pasito, porque su hermana cuando él nació, no alcanzaba su lengua a separar las silabas de su nombre y tiernamente lo llamó así, y así se quedó para mí.

Durante mi regular desayuno, mientras mordía mi deliciosa tostada con mermelada de fresa y mantequilla, noté en mi celular un wasap. Precisamente era mi hija mayor, quien no se comunica con frecuencia. Al abrir el mensaje, mis ojos no pudieron sostener la tristeza al contemplar la foto que me enviaba, donde aparecen los tres y me refiero a mis hijos. Era una foto que había tomado el último diciembre que disfruté tener mi familia completa. También fue el último diciembre que celebré la Navidad. Nunca más pudieron mis manos enganchar globos de colores y luces en un árbol que para mí, solo traía tristeza.

Pasaron las horas, tomé las ollas y las sartenes, el almuerzo me quedó delicioso, hice unos espaguetis en salsa blanca que, según mi compañera de apartamento, quedaron suculentos.

Ya estábamos terminando de limpiar y recoger. Llevaba el coleto a guardar, cuando se dejó oír un alegre coro cantando el cumpleaños feliz. Entonces volvió el recuerdo a mí, y quedándome paralizada en el sitio, le comenté a mi amiga con el corazón apretao, “hoy cumpleaños Ramoncito”. Ella, mirándome sonriente solo atinó a preguntarme, cuantos cumpliría. Iba a contestarle, cuando vi un globo azul entrando precipitadamente por la puerta abierta directo a mis pies.

Inmediatamente sin decirle a mi amiga, y pensando solo en la pandemia lo empujé con el coleto, pero el globo como si tuviera vida se negaba a salir. Fue increíble, inverosímil, pero semejaba un ágil futbolista evadiendo mis puntapiés y coletazos. Parecía dispuesto a meterme un gol. Fueron muchos mis intentos de empujarlo fuera del apartamento y ya casi lo había conseguido, cuando en el quicio de la puerta y de un hábil movimiento, entre mis pies volvió a entrar cogiendo vuelo como riéndose de mí. Entonces, presa de la histeria colectiva que sufríamos en ese año tristemente inolvidable, di media vuelta y de un certero golpe con mi derecha en el centro de su redonda figura, logré pasar la puerta y hasta bajarlo un escalón en la escalera. Y allí, pese a ser difícil de entender, el globo azul se quedó, creo, muy contrariado. No se movía del confortable rincón entre el peldaño y la pared, aun cuando seguía corriendo el viento malhechor que lo llevó a toda prisa a mi salón. Cerré la puerta, mi amiga me propuso salir y fui a arreglarme, ¿y que creen que vi al abrirla de nuevo dispuesta a tomar el ascensor? Pues al globo azul, allí seguía como penitente, quieto en el rincón.

Regresamos horas después y ya no estaba el globo azul. Supongo, que sintiéndose abandonado, se marchó.

Terminaba ese día domingo, 11 de julio. Me encontraba acostada, y a pesar de la oscuridad, el sopor del sueño y la huella de mi respiración incrementada con el silencio, recordé a mi hijo, el sorprendente preciso canto de cumpleaños y el testarudo globo azul. Y de nuevo vi frente a mí con la nitidez pasmosa de la luz, la imagen soberbia de Dios. Él, me abrió los ojos del alma, para que viera lo que mi mortal cerebro no fue capaz de sentir ese domingo. Dios le había permitido a mi Pasito estar un segundo conmigo. ¡Hasta el color azul es mi favorito! Y si Dios le hubiese dado a escoger, con que querría llamar mi atención el día de su cumpleaños, él sin duda escogería una vela de las que nunca se apagan, o un globo juguetón. Así era mi Pasito, siempre alegre, buscando el lado vivaz y enérgico de la vida, mostrándonos que las penas y las luchas, son pruebas a superar con nuestra voluntad y juicio. Y le di gracias a Dios por complacerme, porque, aunque no lo disfruté como debía, siempre recordaré ese ocurrente y hábil globo azul, que por segundos jugo conmigo como lo solía hacer Ramón.

M.G. Hernández

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