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“Basta con mirar la realidad de la multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos; en una palabra, personas irrepetibles que sufren el peso intolerable de la miseria”.

Juan Pablo II

La leí, la volví a leer, limpié los lentes y volví a releer y de verdad que no creía, —no terminaba de darle crédito—, a la noticia que tenía frente a mis ojos, según la cual el gobierno venezolano tiene la aspiración de que los otorgantes del Premio Nobel de Economía volteen su mirada a esta tierra caribeña y nos premien por el buen desempeño del proceso económico “Hecho en Socialismo”, imaginándome sólo el ceño fruncido y la expresión de asombro de millones de compatriotas cuando leyeron o escucharon el audio de la noticia que en realidad mi explicación era que el hijo de Emma Carrasco no estaba dormido, sino muy despierto, olvidando por instantes que vivimos en un país Narnia donde según voceros oficiales todo funciona a la perfección y lo contrario son ganas de molestar de los “enemigos de la patria”.

Si esa es la aspiración del gobierno de Miraflores, contrariamente la mía y la de millones de venezolanos, quienes estamos aquí y otros que huyeron de la patria de Simón Bolívar, es que tenemos asegurado el ingreso a la otra vida en el reino del Cielo que por lo demás como creyentes sabemos que así será, pero la condición sine cuanon en el caso venezolano, es que para alcanzar el ascenso celestial, —salvo revolucionarios bien arriba en la cúspide gubernamental, ministros y los amigotes del proceso—los demás mortales, incluidos “camaradas” y “camarados”, debemos haber soportado y seguir llevando sobre los hombros el peso de una crisis económica que nos golpea a diario a la hora de ir a comprar alimentos, pasar por una farmacia para surtirnos del medicamento irreplazable o aventurarnos a preguntar por el costo de calzados, vestido o renovar algún electrodoméstico fulminado por un malvado apagón de la dosis de patria que soportamos estoicamente a diario, muy peligrosa, cuando nos acostumbramos a soportarlos o la conducta de otros que cuando reponen el servicio gritan de alegría, casi derramando lágrimas que en algunos casos hasta aplausos le tributan a verdugos servicios públicos que nos tienen jorobados.

Si esa no es la más clara, directa y continua versión terrenal del propio infierno que vivimos los venezolanos, que alguien explique y nos convenza de lo contrario. Nunca en país alguno con una economía sana, próspera y bien dirigida sin haber tenido en su agenda las expropiaciones y la persecución a la iniciativa privada que produce satisfacción y calidad de vida a sus ciudadanos, tendría fuera de sus fronteras a casi siete millones de personas. Más que un Nobel en economía nuestro caso es que batimos los récords Guinness cuando, por ejemplo, la capacidad de compra de sueldos y salarios suben por la escalera y los altos precios ascienden por el ascensor. ¿Será acaso que la condición económica de pensionados, jubilados, maestros, docentes universitarios o funcionarios públicos, entre otros, tendrá a fieles fans gritando de alegría y pidiéndole al Creador que el gobierno venezolano es merecedor de obtener ese preciado reconocimiento? Por el contrario otros países se han hecho merecedores de esa distinción mundial por el excelente manejo de resultados que el proceso económico produce en su gente, léase, bienestar, progreso y alegría sin tener algún Ministerio de la Felicidad, en vez de desasosiego, sangre, sudor y lágrimas que en este país pasamos para sobrevivir cada día que amanece pensando cómo adquirir algunos artículos de la cesta alimentaria, —no todos porque el bolsillo no lo permite—, o que la boyante, milagrosa economía de la que habla el presiente Nicolás Maduro, abra caminos en esa dirección, pero mejor es no soñar despierto sino ver para creer cómo le dijo una vez Santo Tomás a sus hermanos apóstoles.

En días recientes el gobierno nacional sorprendió a los venezolanos cuando anunció el regreso a sus legítimos dueños el centro comercial Sambil en Caracas, expropiado a los ojos de todos por puro gusto y capricho, noticia que si bien agrada al empresariado no es suficiente, pero un acto de contricción no es mala señal al interpretar las palabras de Adán Celis, primer vicepresidente de Fedecámaras. El vocero empresarial refresca la memoria al gobierno al asegurar que “hay más de 800 empresas expropiadas que esperan respuestas de las autoridades de Venezuela”.
Celis valora de forma positiva que después de 13 años se haya devuelto ese centro comercial ubicado en La Candelaria, pero advierte que “debe haber un proceso más acelerado, pues si nosotros empezamos a devolver a una empresa por semana, vamos a estar hasta 2060 restituyendo a sus propietarios aquellas empresas que han sido expropiadas en este gobierno”.

Por su parte, contrariamente a lo que piensan los sufridos maestros y docentes, el jefe del Estado celebra la “mejora” de la tabla salarial de los maestros, porque desde su visión económica se trata de un “salario mejorado, avanzando hacia un salario digno”. Y además está convencido que el acuerdo con los sindicatos fue satisfactorio.
“Estoy feliz como sindicalista, como presidente de la clase obrera venezolana, de la clase obrera mundial”. Eso él lo piensa así, lo cree a ciegas, pero hay de cada uno de nosotros y del presupuesto familiar cuando nos corresponda a partir de este lunes cancelar en cualquier establecimiento en moneda distinta al bolívar, cuando nos apliquen, a grandes y pequeños compradores, el estrenado Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras, otro logro de la revolución de la economía venezolana.
“Amanecerá y veremos” dijo alguna vez el desaparecido expresidente Carlos Andrés Pérez.

Por: José Aranguibel Carrasco
CNP-5.003

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