Nos agrada conversar siempre con nuestro laureado escritor deltano José Balza; Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua; además, con una proyección internacional que nos hace sentir orgullosos de su denso y muy hermoso trabajo escritural.
Nuestro insigne representante de la narrativa contemporánea, nacido a orillas del Caño Manamo, acaba de recibir el VIII premio Pedro Henríquez Ureña (2021), otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua; con suficientes méritos, con base a su amplísima producción literaria.
Carga permanentemente, en su intelecto una densa alforja de reflexiones y propuestas; y sin mezquindades las da a conocer para compartir y generalizar todo cuanto piensa.
Aprovechando que ha venido –por una temporada a su tierra natal– quisimos “interpelarlo” sobre casi todo de lo que últimamente le ha correspondido, aunque sea por asomo, disfrutar o padecer. Esto nos ha estado diciendo….
A.G.-Cómo nostalgias tu infancia…?
J.B. No necesito tener nostalgia. En el Delta sigo encontrando familiares, amigos, árboles, lugares, sabores, música, iguales a los de mi infancia.
Y también personas, hechos y cosas completamente nuevos. Me alimento de eso, estoy siempre muy atento a lo inmediato.
A.G.- ¿Cuándo supiste que había llegado el momento de salir del Delta, de labrarte una trayectoria destinal?
J.B.- A los 16 años. Sucedió por casualidad, y también porque ya había leído mucho. Los libros te abren mundos distantes como si los tuvieras a la mano. Nadie se imagina cuántos lectores ha habido en el delta en los últimos 100 años.
A.G.- Admirable. Tuviste confianza en ti mismo. Creíste, absolutamente, en tu potencial creativo con las palabras; como imaginador de cosas que luego propenderías a narrar.
J.B.- No. Primero era un niño cantor, músico, como casi toda mi familia materna; después quise ser pintor (todavía dibujo y viajo con cuadernos, lápices y una acuarela). A la vez escribía un diario desde los 9 años, que todavía continúo. En esa inclinación mental era como la familia paterna: analista, burlón. Como ves, mil inseguridades.
A.G.- ¿Con quién sientes que estás en deudas, por «concepto de elaboración sostenible» de tu piso literario…?
J.B.- Me impresionaron mucho viejos señores de San Rafael: Andrés Carrasquero, Josefa Contreras, Venancio Jiménez y, claro, las grandes lectoras que eran mi mamá y mi hermana Solange. Me resumían obras, las contaban como si hablaran de personas y sucesos próximos. Entre todos ellos me llevaron a Julio Verne, a Shakespeare, a Dumas, Dickens, etc. (aunque yo no conocía sus nombres sino sus obras)
Estoy en deuda con todos los autores de cuentos de hadas, con los filósofos y los poetas. Con los grandes y verdaderos escritores (nunca con los que están de moda).
A.G.-Las palabras, lo hemos compartido siempre, no son neutras; cada una tiene su propia carga axiológica. Los vocablos acuñan su específico tramo epocal; diremos su mundo-historia. ¿Cuál ha sido, para ti, la palabra más difícil de escribir y/o pronunciar?
J.B.- Hablando, pocas. Escribiendo, casi todas.
A.G.-Si le hago esta pregunta a un político, tal vez produzca un bochorno u ofensa; pero un hacedor de » ejercicios narrativos» la disfruta. ¿Cómo y de qué vive un escritor famoso que viaja por el mundo entero?
J.B.- Tuve una infancia y una adolescencia rica en afectos; aunque pobre económicamente. No me gusta el lujo, pero si la calidad en todo. Vivo con lo imprescindible; por ejemplo, mi sueldo de la UCV, francamente limitado; el pago de ediciones (más bien escaso). Las universidades del mundo cancelan bien cada conferencia que dicto y los congresos intelectuales también. Aunque debe ser chévere, no me imagino viviendo como un millonario. Me gusta compartir lo que gano.
A.G.-Entendemos que hay una comunidad literaria internacional que legitima las creaciones y las producciones, ¿Consideras que habido la suficiente distinción y reconocimiento por parte de ésta hacia tì?.
J.B.- Creo que la he recibido con justicia. No me gusta la fama.
A.G.-¿Tienes una particular metodología, momentos de las musas, horas para la creación, percepción especial de las circunstancias, para desplegar tu versatilidad literaria..?
J.B.- Siempre fui muy disciplinado. Escribir es como un grado de sacerdocio: con la vida y la belleza. Te exige gran cultura, estudio de idiomas, concentración, atención a los seres y a los momentos. El lenguaje no perdona: o te hace decir tonterías o te lleva lo más hondo de la realidad y las personas. Hay que ser fiel a la exactitud.
Escribo normalmente en las mañanas, pero puedo sentir el “eco” de algo (un suceso, un recuerdo, algo que te comentan) y entonces obedezco de inmediato al llamado. Me pongo a trabajar donde quiera que esté: en una servilleta, un cuaderno, en la tableta… hay que apuntar para volver a eso.
A.G.- A una persona, con fama, reconocimiento mundial y talento, no es de extrañar que lo haya visitado » la señora envidia», en algún momento. ¿La has visto de cerca?
J.B.- Claro: cada vez que leo a un gran autor. Envidio a William Goyen, a Cortázar, a Platón, a Shakespeare, a Ramos Sucre. A miles.
A.G.-Han aflorado — a propósito de la trecnologización de casi todo– dos corrientes encontradas: una que señala la poca salud que le queda a los libros. En esa señalada tendencia se inscriben quienes sostienen que los avances en las redes y plataformas terminarán por aniquilar, físicamente a los textos, tarde o temprano; la otra línea crítica sostiene que aún hay mucha vida, y tiene un largo trecho por recorrer el libro como instrumento de aprendizaje en amplísima acepción; que es imposible que desaparezca. ¿Dónde te ubicas: catastrofismo o moderado optimismo?
J.B.- Me ha tocado el privilegio de gozar y vivir en ambas realidades. Amo los libros (en papel). Amo los computadores (grandes, mínimos, portátiles, invisibles). Aprovecharé ambas formas mientras existan y yo exista.
A.G¿Las distinciones te abruman, te adulan o te comprometen?
J.B.-Si dependiera de mí, las aplazaría o alejaría. Si vienen con afecto, me proporcionan alegría.
A.G.- ¿Confiesas, en claves de Neruda, que has vivido…?
J.B.-Hasta la saciedad. He visto morir políticos y cada vez me gusta más que así ocurra. He sido amado y apreciado y he correspondido al máximo. Nací en el Delta del Orinoco y ese es mi supremo don. Conozco numerosas ciudades del planeta y eso ha sido como beber un licor inagotable.
También estoy preparado para la partida.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la lengua.