Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Miembro del Instituto de Estudios de las Fronteras de Venezuela
Los procesos socio-históricos, algunas veces, debemos analizarlos y aproximar ciertas interpretaciones conforme se vayan produciendo acaecimientos similares, que retrotraen nuestro imaginario colectivo y nos lucen como una “colocación” en escena, una vez más.
Observemos con detenimiento el siguiente hecho: transcurridos trecientos años de la transformación del famoso Colegio Seminario Santa Rosa de Lima en la Real Universidad de Caracas; nos corresponde señalar que, sin dudas, las Reformas Borbónicas cumplieron con los objetivos de dar un nuevo impulso a la economía americana; además incrementar el aporte inevitable al imperio español, y armar un entramado burocrático, aunque rústico, pero rendidor, eficiente y leal. Sin embargo, también quedaron seriamente comprometidos los intereses de los insurgidos monopolios que habían cogido cuerpo en estas tierras; grupos poderosos que habían estado capitalizando sus ganancias a diestra y siniestra, sin rendirle cuentas a nadie.
La presencia y control administrativo de España sobre los entes mencionados y su aplicación fue tan arbitraria, que contribuyeron a provocar un clima de resentimiento que fueron echando las bases sociales y políticas para la emancipación de América.
A la descripción anterior hay que sumar, en simultáneo, que las grandes visiones independentistas en este continente se fueron fraguando en el seno de la propia Universidad.
En la interioridad de las aulas de la naciente Universidad (1721) se configuraron y reforzaron las brillantes ideas libertarias; a partir de las densas lecturas de los Clásicos por parte de los preclaros hombres que diseñaron las luchas y estrategias republicanas, las cuales se avivaron, ulteriormente, en los campos de batallas.
La Universidad ha sido permanente faro de luz ductora para impulsar a las sociedades a desatar los lazos opresores.
Las universidades, y su fuerza de iluminación emancipatoria, han sido causantes de tormentos y mortificaciones a los sátrapas; quienes han pretendido—casi por innatismo—el sometimiento a los pueblos y al acortamiento de la condición de ciudadanía de la gente.
A los opresores la Universidad libre, irreverente y crítica les causa escozor y dolor punzante.
Una vez más, confieso el inmenso agrado que siento cada vez que seleccionamos el tópico universitario para nuestras reflexiones.
Elucidar sobre los espacios universitarios genera inocultables emociones; de cualquier aspecto de lo que hablemos atinente de la Universidad –en mayúscula, porque enfatizo en su institucionalidad–, en su siempre despierta inquietud y ganas de seguir aportando soluciones. Eso constituye un tributo hermoso de gratitud.
Comencemos por reflexionar, a propósito de la fecha que hoy rememoramos: la fundación de nuestra UCV. Por aquel entonces (s.XVIII), la presencia determinante de la Casa de Borbón al trono de España; luego del fallecimiento de Carlos II, el último de los Austrias peninsulares.
Admitimos que, aunque fue Carlos III, quien mayormente emprendió las denominadas Reformas Borbónicas en las posesiones ultramarinas; fundamentalmente, para nosotros, con la creación de la Capitanía General de Venezuela, el 08 de septiembre de 1777; no obstante, el nacimiento de la Universidad de Caracas aconteció el 22 de diciembre de 1721, bajo los designios de Felipe V.
Nuestra excelsa casa de estudios, conocida al principio con la denominación de Real Universidad de Caracas; luego también Pontificia por Bula de Inocencio XIII en 1722.
Nuestra institución universitaria representó el más relevante acontecimiento de todo el período colonial venezolano, comprendido entre los siglos XVI y principios del XIX.
Algunos no se atreverán a acompañarnos en un juicio de tanta monta; sino que preferirían tal catalogación para otros acontecimientos. Por ejemplo, esperar ¿cincuenta y seis años más tarde, la Cédula Real que crea la Capitanía General de Venezuela?
De todas maneras, estamos conscientes –por supuesto– que ambos hechos sociohistóricos, a pesar de sus distancias temporales son muy complejos.
El primero que reseñamos, con bastante orgullo: la elevación a Universidad Real y Pontificia al hermoso Seminario que recibía a los hijos de las familias pudientes de la Caracas de aquella época. Digamos que significó principalmente que la sociedad colonial venezolana estaba decidida a ser libre; y la Universidad constituía la plataforma imprescindible de todas las sociedades para alcanzar sus transformaciones.
En este momento celebratorio del tricentenario de su creación, resulta innegable que la Real y Pontificia Universidad de Caracas (nuestra Universidad Central de Venezuela) amalgamó las primigenias ideas de libertad, irrumpió en su debido tiempo para imponer criterios y facilitó las bases estructurantes internas y externas para asumir nuestra condición republicana a partir del Grito Declaratorio de Independencia, el 19 de abril de 1810.
A la universidad, en sentido institucional, la han pretendido no pocas veces acallar, encriptar; y cuando no han podido someterla han intentado esclerosarla, en su interior.
Además, por lo anteriormente descrito, la universidad ha resistido los embates disparados desde diversos lados. Inclusive han deseado implosionarla con fetiches ideológicos.
Permanentemente, a los regímenes totalitarios les incomodan los ámbitos de la sociedad donde se respire absoluta pluralidad.
Acaso es una exageración mencionar que a los detentadores de los gobiernos de talante militarista les causa escozor cuando en los espacios universitarios se piensa con cabeza propia; donde no se admiten actitudes troperas, ni sargenterías que intenten comandar pelotones, mucho menos en nuestros espacios plurales.
No sólo a los capitostes militares, sino también a los militantes (aplaudidores) de regímenes de opresión, persecución y atrocidades les incomoda la amplitud cómo se debaten y confrontan las tesis, propuestas, y posiciones, en la Universidad.
La indigencia mental que padecen y exhiben los dictadores y sus cortesanos les hacen que vean en cada Docente Universitario un acérrimo enemigo; a alguien a quien hay que combatir; y si no pueden hacerlo doblegar o renegar de sus Principios, lo golpean por sus medios de subsistencia.