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Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV)

Bastantes coincidencias –por encima de cualquier diferencia– hemos logrado apreciar, en cuanto a que la educación nuestra tiene que fundamentarse en lo esencialmente humano.

La educación, en sus tres grandes dimensiones, debe dejar de ser de sobrevivencia para transformarse en una educación de eficiencia; que privilegie la lectura comprensiva, el pensamiento crítico- reflexivo, la amorosidad y la alteridad (que explico más adelante),

En nuestro modesto trabajo titulado: “Otras apoyaturas epistémicas en los procesos cognoscitivos”, cuyo eje central nos ha permitido exponer, en las conferencias universitarias, que hay distintas maneras de darle sostenibilidad a los conocimientos que se vayan adquiriendo progresivamente; por ejemplo, concretar –en el momento de los aprendizajes– la merecida importancia a las sensibilidades; como también, a las empatías interpersonales y sociales.

Estudios recientes muestran y demuestran que para aprender algo es necesario emocionarse.

Quizás con lo que expondremos, a continuación, no consigamos un gran aporte o una extraordinaria revelación; porque –a lo mejor— usted ya lo sabe; pero una serie de estudios recientes de neuroimagen parecen confirmar que las emociones juegan un papel central en la memoria y en el aprendizaje.

 Aparejado a lo anterior, digo que la alteridad adquiere en nuestros planteamientos vital interés; por lo tanto, introduzco una breve digresión al respecto, para ensanchar el enunciado.

Veamos. La Alteridad, en tanto la cualidad de ser otro, viene del latín alter que significa «otro»;  y por tanto se puede asimilar  de un modo más claro que  la  otredad.

 Si teorizamos desde la posición del «uno» (es decir, del yo), la alteridad viene a significar el principio filosófico de «alternar» o cambiar la propia perspectiva por la del «otro», teniendo en cuenta y valorando el punto de vista de quien opina.

La palabra alteridad proviene de la epistemología posterior a Kant; sin embargo, el pensador que le otorgó su más profunda consistencia epistemológica fue Edmund Husserl, quien en su conferencia de 1929 hablaba de la alteridad y su idea de empatía, que determinaría lo que conocemos como el conocimiento intersubjetivo.

 En estos tiempos contemporáneos, aparte de fijarle la obligante importancia a la alteridad – interés por los asuntos del otro—los docentes y estudiantes debemos poseer suficiente amorosidad por el hecho pedagógico. (Paulo Freire, dixit)

 La amorosidad freiriana, que recorre toda su obra y su vida, se materializa en el afecto como compromiso con el otro, que se realiza colmado de la solidaridad y de la humildad.

Frente a las señaladas inmensas claves narrativas, permítanme, también, apelar a la siguiente expresión: “para aprender hay que emocionar al cerebro”, para que se disponga a la plena asimilación de los datos, de todo tipo, que nos ofrece la realidad.

 Insistamos, si cuando usted se propone aprender y previamente no emociona al cerebro, resígnese a perder tiempo y recursos.

Con el uso de técnicas de medición de la neurociencia se ha podido determinar que los procesos de aprendizaje requieren de una cierta motivación e involucramiento. Esto refuerza la noción de que la esencia que define a un buen profesor es estimular e interesar a sus alumnos.

A partir de esta información se han desarrollado cosas como la neurodidática, una disciplina incipiente, que incorpora la ciencia del procesamiento neuronal de la información a la metodología escolar.

Lo que se deduce de estas aplicaciones es que el llamado lenguaje no verbal es importante, así como también la enseñanza interactiva, en la que los alumnos no sólo escuchan y toman notas, sino que hacen o ponen en práctica.

Ha habido una costumbre errada, casi desde siempre, que es basar los procesos educativos tal vez únicamente en los elementos de la Razón (con R mayúscula); es decir, atinente a lo cuantitativo, lo lineal, lo predictivo, lo medible. A la par de esto, hay que incorporar, desde nuestros propios sustratos existenciales, otras apoyaturas que han venido quedando a un costado, en todo proceso de enseñanza-aprendizaje, con los cuales también se posibilita construir conocimientos.

Estos otros elementos constitutivos son supremamente interesantes y significativos, aunque no mensurables, como: las emociones, los sentimientos, los valores, los pensamientos rizomáticos (aquellos que parten desde muchos núcleos, y se tejen y nutren de distintas filosofías).

Deseamos una educación que aporte soluciones nuevas a problemas complejos que hemos venido arrastrando.

Ya basta de tener una educación de remedos y remiendos.

Reiteramos que una apoyatura fundamental en la educación es la lectura comprensiva, socializada entre y con los niños. Una lectura que a ellos les agrade, les apasione, para que así lleguen a amar los textos para el resto de sus vidas; con lo cual fortalecen su lenguaje que será la casa de su respectivo ser.

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