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En los países de América ser mujer indígena y pobre se ha convertido prácticamente en sinónimo.

Se calcula que el 25% de las mujeres indígenas son analfabetas y permanecen en la escuela sólo una media de 5 años.

En las mujeres indígenas, la tasa de mortalidad materna es tres veces mayor que entre las no indígenas. Debido a que muchas se ven obligadas a desarrollar su embarazo a escondidas, mientras que otras tantas no tienen acceso a los programas de salud en sus comunidades de origen.

Las mujeres indígenas de hoy en día viven luchas desiguales, relegadas al hogar, excluidas del sistema de educación, laboral y salud, sufren gran discriminación.

La violencia hacia la mujer indígena y criolla no se circunscribe únicamente al plano de la agresión física y en el ámbito de la pareja. La falta de acceso a sus derechos humanos y civiles en un tipo de violencia ampliamente expandido y a la vez invisibilizado en nuestras comunidades indígenas.

Mujer indígena y migración forzada

La situación crítica por la que continúa atravesando Venezuela, no sólo ha conllevado a las familias a emigrar, sino que también ha afectado a muchas mujeres indígenas que sufren desde que parten de su comunidad natal, y a madres, abuelas o tías que se quedan en casa solas al cuidado de sus hijos, nietos o sobrinos.

Con sólo 21 años, la joven warao Yorgelis Bastardo, conoció el lado duro de la migración al partir junto a padre enfermo, hermano, cuñada y dos sobrinos, en una larga ruta que incluyó más de 24 horas de camino a pie y otras tantas en cola, exponiéndose a los peligros de las zonas fronterizas.

Cuenta que, en su viaje desde Delta Amacuro hasta Brasil, sólo consumían pan con queso en el camino, con mucho sacrificio, hambre, sueño y sed por fin lograron llegar hasta Pacaraima, donde finalmente fueron atendidos por los encargados de los abrigos, quienes les abrieron sus puertas con mucho respeto y solidaridad en tierras brasileras.

De acuerdo con el informe sobre violencia de género y factores de riesgo de las mujeres migrantes y refugiadas de Venezuela durante el trayecto migratorio, publicado en 2019 por Organización Internacional para las Migraciones, el 13 por ciento de mujeres reportó haber sufrido algún tipo de violencia durante su trayecto.

Las mujeres suelen viajar acompañadas de sus hijos pequeños o van embarazadas, lo cual las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad. Al viajar sin los documentos exigidos en los pasos fronterizos legales, las probabilidades de transitar vías terrestres o fluviales no regulares e inseguras aumentan, elevando del mismo modo, el riesgo de ser víctimas de abusos, asaltos, violencia, explotación laboral, prostitución, entre otras.

Mujeres indígenas sólo cuentan con las antiguas parteras para dar a luz

La imposibilidad de tener acceso a un parto seguro es otro tipo de vulneración de los derechos de las mujeres indígenas, quienes no tienen más remedio que seguir recurriendo a la medicina natural por la falta de atención médica en sus comunidades.

Por ejemplo, las comunidades indígenas del Caura y Erebato en Bolívar cuentan con 19 módulos de atención diseminados a lo largo de su geografía, aunque pudiera parecer una cifra considerable para atender a las más de 50 comunidades indígenas de la zona, la cifra se hace insignificante al saber que en toda la zona hay sólo un doctor.

Dar a luz en este escenario representa un riesgo para la salud de la madre y el bebé en camino. Justina Cortes, mujer yekwana, de la comunidad indígena Chajuraña, ubicada en el sector Alto Erebato, ha traído al mundo 7 hijos y ante la falta de condiciones en su comunidad, sigue apelando a la medicina tradicional para dar a luz.

“La mayoría de las mujeres indígenas embarazadas no se hacen un buen control pre natal, porque no es una costumbre, y también porque las comunidades quedan muy lejos de donde está el hospital”, así lo refiere la doctora pemón Endy Rodríguez, coordinadora del ambulatorio de la comunidad indígena de Kumarakapay, en el municipio Gran Sabana

La madre de 7 hijos ha vivido en carne propia las consecuencias de la falta de atención médica especializada en su comunidad. “Nosotros utilizamos como nuestro único medio de transporte para movilizarnos la curiara y canalete; cuando se presentó conmigo en una oportunidad una emergencia con mi embarazo, viajamos aproximadamente 4 días, para llegar a un centro ambulatorio”.

Mujer warao cava con sus propias manos hoyo profundo buscando agua para su familia

De igual forma, las mujeres indígenas batallan a diario con las vicisitudes de vivir en comunidades que no cuentan con los servicios básicos, limitando así el disfrute de sus derechos humanos y civiles.

Irene Malavé, es indígena warao, madre de 10 hijos, en tiempo de verano, casi a diario se interna hasta la profundidad de la selva en busca de agua.

En los meses de marzo y abril, la marea del mar entra y el agua salada invade el río y se hace imposible su consumo. Es allí cuando Irene junto con sus hijos, entran hasta la profundidad de la selva y construyen un pozo hasta lograr agua dulce para tomar. «En el hombro cargamos los envases con agua y lo llevamos hasta nuestra casa».

Irene y su familia viven en la comunidad de Winamorena 2, población indígena localizada en el municipio Pedernales del estado Delta Amacuro, donde algo tan vital y esencial como el agua, que es una necesidad para la vida, termina representando una serie de dificultades para su acceso.

La madre de 10 hijos cuenta que en su casa toman el agua que sacan de la profundidad de la selva, porque su comunidad está muy cerca del mar y el agua es salada

También asegura que su familia sufre de diarrea, vómito y fiebre por el consumo de agua sin tratamiento y de pozo, más bien de hoyo, perforado con las manos «cuando hay sed no se mide la calidad y si no quiere morir de sed hay que tomar agua de hoyo» señala Malavé.

En este escenario es evidente que Venezuela está muy lejos aún de poder garantizar a las mujeres indígenas gocen plenamente de sus derechos en un marco que garantice su participación efectiva en la esfera civil y política, y a la vez propicie la mejoría de su situación socioeconómica.

Como siempre, Kapé Kapé aboga por el respeto de las mujeres indígenas como grupo social vulnerable, y pone a la orden de las instituciones y organizaciones públicas y privadas su capacidad técnica y operativa para caminar hacia ese destino.

Prensa Kapé Kapé

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