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Ante los desastres producidos por los fenómenos climáticos en el Valle del Mocotíes, Mérida y otros lugares del país.
Y en solidaridad con la Arquidiócesis de Mérida, sus pastores, y pueblo, que sufren por los abusos y atropellos de la Guardia Nacional Bolivariana que no permite la llegada de las ayudas caritativas en beneficio de los afectados por las lluvias.

“Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”. (Gn 1, 31)
Pero nosotros…
“Las generaciones futuras están a punto de heredar un mundo en ruinas. No deberían tener que pagar el costo de la irresponsabilidad de nuestra generación”. “La crisis ecológica actual, especialmente el cambio climático, amenaza el futuro de la familia humana y esto no es una exageración”. Durante demasiado tiempo, de hecho, los análisis científicos han sido ignorados, mirando “con desprecio e ironía” las relativas “predicciones catastróficas”. Así lo refiere el Informe especial sobre el impacto del calentamiento global de 1.5ºC sobre los niveles preindustriales por parte del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático, el cual “advierte claramente”, de las consecuencias del fracaso en la consecución de los Acuerdos de París.

«El Informe también advierte que falta solo poco más de una década para alcanzar esta barrera del calentamiento global. Ante tal emergencia climática, debemos tomar las medidas oportunas para no cometer una grave injusticia con los pobres y las generaciones futuras». Por la irresponsabilidad de las generaciones pasadas y presentes, son los pobres los que “sufren el peor impacto de la crisis climática”: son ellos “los más vulnerables a los huracanes, las sequías, las inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos”.
Los jóvenes nos reclaman un cambio: ”¡El futuro es nuestro, gritan los jóvenes hoy y tienen razón!”
Hace falta una “transparencia en la notificación de los riesgos climáticos”: “Una comunicación abierta, transparente, fundamentada científicamente y regulada”, haciendo posible mover el capital financiero a aquellas áreas que ofrecen las más amplias posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo».

“La civilización requiere energía, pero el uso de la energía no debe destruir la civilización” y hoy “se necesita una transición energética radical para salvar nuestra casa común”. «¡El tiempo apremia! La crisis climática requiere de nosotros una acción específica ahora mismo y la Iglesia está totalmente comprometida a hacer su parte».
Esta reflexión nos la viene planteando el Papa Francisco desde hace varios años en su encíclica Laudato Si: “el desafío urgente de proteger nuestra casa común, que incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (LS, 13) y nos invita “a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta” (LS, 14), y también “a volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco.

Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente”. (LS 229)

Todo esto nos desafía, nos reta a escuchar y atender el grito de nuestra Amazonía y sus pueblos originarios, depredados y devastados, en buena parte, por proyectos políticos, a través de manos inescrupulosas y hambrientas de recursos minerales que enriquecen cada vez más sus bolsillos y empobrecen a la inmensa mayoría.
​Desgraciadamente el cambio climático va haciendo estragos, y hoy conocemos la lamentable y devastadora furia del agua en el Valle de Mocotíes en el estado Mérida, causando tantas pérdidas humanas y tantas familias arruinadas.
También el Litoral Central de La Guaira está amenazado de nuevo por las fuertes lluvias y su gente tiembla al recordar hechos del pasado reciente.

Nuestro Llano, en el estado Apure, experimenta la tristeza al ver sus campos y cosechas venidas a menos por las constantes inundaciones. Y, otra vez, son los pobres los que más pierden.

No se queda atrás nuestro querido estado Delta Amacuro. Los cambios climáticos afectan a esta importante región oriental venezolana con constantes inundaciones y pérdidas de cosechas que empobrecen a las poblaciones campesinas e indígenas. El cierre del Caño Manamo, hace ya más de cincuenta años, sigue siendo discutible. Y el muro de contención de Tucupita, bastante deteriorado, es una amenaza latente para sus pobladores. Aparte de la progresiva salinización de las aguas del Orinoco que desembocan al Atlántico, contaminación que se ve acrecentada por la acumulación de sedimentos contaminantes provenientes de las explotaciones mineras con implicaciones negativas en el ecosistema y medio ambiente.

El dolor experimentado por toda esta tragedia, originada por los cambios climáticos, la Iglesia lo hace suyo y se solidariza con los hombres y mujeres que la sufren en toda Venezuela y el mundo entero.
La respuesta caritativa de la Iglesia, y de otras instituciones religiosas y civiles, no se ha dilatado. Al conocerse los acontecimientos, se generaron acciones heroicas de solidaridad sin límite. Gracias a esta disponibilidad de una Iglesia en salida a la caridad, se ha podido brindar y apoyar con ayudas en alimentos, medicamentos, ropa y materiales necesarios para aliviar el dolor y la angustia.

Agradecemos grandemente, entre estas instituciones y grupos solidarios, a Cáritas Nacional que, junto con las diversas Cáritas diocesanas, vienen realizando la extraordinaria y rápida labor para recolectar los insumos necesarios en las diversas partes del país, por la generosidad de los católicos y personas de buena voluntad. Gracias infinitas porque, a pesar de la pobreza por la crisis económica y la Pandemia, no ha habido “temor” a dar, sino “amor” para compartir.
Frente a estos gestos de solidaridad, lamentamos con indignación, y denunciamos desde el Vicariato Apostólico de Tucupita, la aberrante y mezquina actitud de los que, supuestamente deben garantizar el orden y la seguridad de los venezolanos.

Algunas autoridades civiles y la Guardia Nacional Bolivariana, lejos de cooperar, como institución que tiene el distintivo del Honor y el Servicio desinteresado al pueblo, ha entorpecido el paso de gran parte de la ayuda recabada y, además, ha hecho gala de su actitud soberbia, altanera y ofensiva hacia los miembros de la Iglesia y de otras instituciones en la zona del Edo. Mérida.

Porque creemos en un cambio de actitud más humano y decente, los invitamos, en nombre de Dios y de los pueblos afectados, a colocarse al servicio de las instituciones que sí están colaborando, de manera que los insumos lleguen a sus destinos lo más pronto posible. Dando prioridad a los vehículos de carga para hacerles más expedito el viaje hasta los lugares que esperan la ayuda. La auténtica vocación de los Cuerpos de Seguridad del Estado es el honor de ser garantes de vida, justicia y paz. Recuerden que la institución que representan no nació para defender una parcialidad política, sino para la guarda y defensa del pueblo venezolano de cualquier atropello y maltrato.
Imploramos finalmente, al Dios que nos creó a su imagen y semejanza, que nos de fuerza para no defraudar la obra de sus manos.

Y por la intercesión de la santísima Virgen María, Madre del Buen Pastor, sostenga al pueblo sufrido y aleje esta calamidad.

Tucupita, 30 de agosto de 2021-08-30
Santa Rosa de Lima

  • fr. Ernesto J. Romero R.
    obispo, vicario apostólico de Tucupita

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