César Malavé
Se celebra un año más de la batalla de La Victoria, hecho ocurrido en 1814, en la que dieron sus vidas, por la causa independentista, un nutrido grupo de jóvenes y seminaristas caraqueños. La Asamblea Nacional Constituyente, el 10 de febrero de 1947, decretó celebrar cada aniversario de la batalla del 12 de febrero de 1814 como el Día de la Juventud, en honor a los jóvenes que lograron esta importante victoria. Todos los años, en esta fecha, se le recuerda a la juventud su compromiso para con ellos y con la patria. Pero, ¿Qué hacemos los adultos para ayudar a los jóvenes a entender que cada generación tiene en cada época renovadas tareas que cumplir? No es ocioso insistir que el aprendizaje es una función consustancial con la edad juvenil, empero, su desarrollo pleno debe estar acompañado con la experiencia del adulto, quien debe actuar como generación de carbón; brasa encendida de patrióticos anhelos; forjadora, en esta caldera formidable de la acción, de las condiciones que habrán ser aprovechadas por las nuevas generaciones. La nuestra, y las anteriores a la nuestra, deben ser generaciones de luz en el trabajo por y para la juventud con clara conciencia de nuestras diferencias en tiempo y espacio.
Es conveniente exaltar el entusiasmo y la entrega juvenil a causas nobles. Pero hay que evitar el riesgo de caer en la épica hueca y romántica que hace de la guerra y la muerte, el paradigma de una juventud exitosa. Los mayores debemos orientar a los efectos de que el joven entienda que el relevo generacional no implica echar a un lado a los adultos o de suplantar en forma compulsiva a los dirigentes que con sus desvelos y espíritu de sacrificios hemos dado lección permanente y servimos de ejemplo, sino más bien, que debe entenderse como la materialización del libre juego de los ascensos por méritos, por capacidad y, si se quiere, por esfuerzo propio de las individualidades jóvenes que sólo por esta vía podrán proyectarse a los niveles donde se generan las directrices del liderazgo de la patria.
Pero al mismo tiempo, es nuestra obligación de adultos, entender que la juventud venezolana le ha tocado transitar por los caminos más difíciles de nuestra historia. Nuestros muchachos, muchos de los cuales sólo han conocido esta forma aviesa de manejar los destinos públicos (nos negamos a decir gobernar), son víctimas de la frustración producida por la injusticia social y la intransigencia de los adultos que se niegan a reconocer que sus actos, logros y proezas son parte del pasado; pretendiendo gobernar hasta morirse, ciegos y mudos al imperativo del clamor generacional que exige sus históricos y justos espacios. Nuestro deber es ser cantera de experiencias y sabiduría. Manantial de ciencia orientadora donde abreven nuestros jóvenes y sigan calmando su sed de aprendizaje para encarar los retos de hoy y de mañana, en vez de seguir siendo dique, represa donde bloqueemos y estanquemos las aguas del rio rebelde de la generación emergente para convertirlas en mansas aguas de molino, involucionando los eventos históricos y rezagar a la patria a épocas ya superadas, en el mundo entero.
@cesarmalave53