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Las duras amenazas de Alexandr Lukashenko no han intimidado a la ciudadanía bielorrusa. Cientos de miles de personas han marchado este domingo, venciendo al miedo, por las calles de Minsk y de otras ciudades del país para exigir la dimisión del líder y la repetición de las elecciones. Reclaman, desafiantes, democracia en el estratégico país de Europa del Este, que vive desde hace dos semanas las movilizaciones más grandes de la historia. La demostración de fuerza del Gobierno, que ha advertido que volverá a sofocar las protestas y que ha desplegado este domingo a miles de militares por las calles de la capital, no ha atemorizado a una inmensa marea ciudadana que pese a la brutal represión mantiene la presión sobre el hombre que ha dirigido el país durante 26 años.

Ni la lluvia, ni los uniformados sembrados por las avenidas que daban un aspecto siniestro a la ciudad de Minsk han desanimado a los ciudadanos. Envueltos en la bandera tradicional bielorrusa —blanca con una franja roja, usada antes de la Revolución Rusa y tras la caída de la URSS—, que se ha convertido en emblema de la oposición, portando pancartas contra el líder bielorruso, la ciudadanía conminó al régimen a que abandone el poder. “¡Vete!”, “¡Creemos, podemos, venceremos!”, “¡Lukashenko al furgón policial!”, coreaban.

Lukashenko, de 65 años, que ha insistido en que los manifestantes son “títeres de Occidente”, ha redoblado sus amenazas. “Tienen el fin de semana para pensar”, avanzó en un mitin en la ciudad de Grodno el sábado por la noche, cerca de la frontera con Polonia, donde ha desplegado las tropas listas para el combate. “A partir del lunes que no se arrepientan”, añadió. El líder bielorruso, que pese a las serias evidencias de manipulación de los resultados electorales del 9 de agosto, reclama como limpias los comicios que le dan su sexto mandato, ha vuelto a escenificar la tarde del domingo que no le temblará el pulso cuando ha aterrizado en helicóptero en el palacio de la Independencia, su residencia oficial, vestido de negro, con chaleco antibalas y cargando un fusil de asalto. En las inmediaciones se congregaban miles de manifestantes pacíficos.

“Voté por él hace años pero no deja de demostrar que está desfasado. Si se hubiese ido hace 10 años, cinco, aún podría salvar su legado. Ahora tiene las manos todavía más manchadas de sangre”, comenta Daria Shimanovich, profesora jubilada de 63 años. Cuenta que su nieta fue arrestada durante los primeros días de protestas, cuando los antidisturbios se emplearon a fondo para contener la ira ciudadana tras el anuncio oficial de que Lukashenko había vencido los comicios por un 80% de los votos frente al 10% de Svetlana Tijanóvskaya, su principal rival y la mujer que ha unificado a la oposición.

En Minsk, donde viven unos dos millones de habitantes, unas 100.000 personas salieron a protestar, según cálculos de la agencia Interfax; 200.000, según la oposición. Movilizaciones en un país donde, hasta hace solo unos meses, la ciudadanía tenía grandes reparos a hablar de política. Y las protestas se replicaron, a escala, en ciudades más pequeñas.

“Hoy es un día histórico, clave. Demostramos que pese a todo no nos rendimos, que nos levantamos por nuestro país”, afirma Dmitri Matusevich, de 40 años. Matusevich, operario, cree que la clave que marcaría la diferencia es la huelga en las empresas estatales, que sin embargo y tras las amenazas de Lukashenko de que cerraría cualquier compañía en la que hubiera paros, ha decaído. Este domingo, miles de trabajadores de las fábricas de Minsk se unieron a la protesta, pero una cosa es marchar y otra dejar de trabajar y de saberse señalado, comentaban algunos.

Lukashenko está cada vez más enrocado y pese a las movilizaciones y las iniciativas del movimiento cívico que está dando cuerpo a una oposición, la mayoría de bielorrusos son cada vez más conscientes de que quizá las protestas pacíficas no sean suficientes para desalojar al líder del poder. El antiguo director de un koljoz soviético (granja colectiva) que en su juventud formó la facción Comunistas por la Democracia dentro del partido, ha llamado a los manifestantes “ratas” y “basura”. Asegura que la oposición está manejada por Occidente y a sueldo de la OTAN y que además de buscar derrocarle pretenden alejar al país de la esfera de Rusia, su aliado tradicional.

Con ese argumento, Lukashenko trata de asemejar las movilizaciones de Bielorrusia con lo ocurrido en Ucrania en 2014, cuando las manifestaciones europeístas y contra la corrupción desalojaron al presidente Víktor Yanukóvich, aliado del Kremlin. Pero la realidad muestra que lo que sucede este verano en la antigua república soviética nada tiene que ver: no es una movilización pro-europeísta, simplemente bielorrusa. Y en un país en el que los disidentes están en prisión o exiliados y no hay una oposición experimentada a Lukashenko, la falta de estructuras también marca una pauta.

Sin banderas de la UE

En las manifestaciones de Bielorrusia no se han visto banderas de la UE, en una ocasión al principio de las movilizaciones dos ciudadanos desplegaron una en el centro de Minsk y el resto de participantes en la marcha les reclamaron que la guardaran. “No pedimos entrar en la OTAN ni en la UE ni nada parecido. No sé si porque es demasiado simple Lukashenko no capta el mensaje, pero lo que queremos es que se vaya, poder elegir a nuestro presidente. Democracia”, resume Mikola Kotovich. Este domingo, de hecho, algunos manifestantes portaban banderas rusas para Mostar que el líder bielorruso no tiene razón y que esto no se trata de Moscú.

Pero el régimen intenta convertir las movilizaciones por la democracia en Bielorrusia en una cuestión identitaria o de idioma, y polarizar una sociedad que no lo está. No hay una mayoría de Bielorrusos que desee una unión con Rusia, pero sí sienten lazos con el país vecino. “Esto nunca ha tratado sobre Rusia o sobre Occidente. Todas esas informaciones de que somos nazis, que queremos una mala relación con Rusia son tan falsas que resultan sonrojantes. Si en vez de difundir estas cosas se dedicaran a hacer su trabajo…”, sugiere el diplomático Pavel Latushko, uno de los rostros visibles del comité de transición que la oposición ha formado para tratar de dialogar con el Gobierno y que reclaman nuevas elecciones y la liberación de los presos políticos. “Estamos totalmente fuera de la discusión sobre política internacional”, incide.

En ese argumentario también está la bandera tradicional bielorrusa blanquirroja, emblema de la República Nacional de Bielorrusia en 1918. El blasón volvió a ondear en 1991, con el derrumbe de la Unión Soviética, pero volvió a ser sustituida por una adaptación de la vieja bandera soviética (sin la hoz y el martillo) cuando Lukashenko llego al poder en 1994 y celebró un referéndum sobre ese símbolo. Desde entonces, los partidarios del Lukashenko señalan la bandera blanquirroja por su uso por los colaboracionistas bielorrusos con los nazis; aunque es muy anterior.

Las Administraciones del Estado y la televisión estatal, que desde la oleada de dimisiones de periodistas bielorrusos por la represión operan ahora propagandistas y técnicos rusos, difunde así informaciones constantes que asocian la bandera tradicional bielorrusa con el nazismo; también han asegurado que la oposición pretende construir un muro entre Rusia y Bielorrusia.

Y este domingo, el ministro de Defensa, Víktor Jrenin, reprendió a los manifestantes por portar la bandera cerca de los monumentos simbólicos de la Segunda Guerra Mundial. “No podemos mirar con calma cómo la gente va a estos lugares sagrados para realizar protestas con las mismas banderas bajo las que los fascistas organizaron los asesinatos de bielorrusos, rusos, judíos y otros”, dijo Jrenin. “No podemos permitirlo. Les advierto categóricamente que si se altera el orden y la calma en estos lugares, no se estará tratando con la policía, sino con el Ejército”, dijo.

Necesidad de diálogo

Mientras la comunidad internacional insiste a Lukashenko en la necesidad de dialogar, el líder bielorruso permanece cerrado en banda. La semana pasada pidió ayuda al Kremlin, del que se había distanciado e incluso acusado de complot, y desde entonces parece haber recuperado el aliento. Rusia, que ha mostrado su apoyo a Bielorrusia, parece escorarse estos últimos días algo más hacia un respaldo concreto a Lukashenko que todavía no ha enunciado. Los analistas advierten que aún es pronto para determinar si Moscú ayudará al líder bielorruso a mantenerse o si apostará por un reemplazo y cuándo.

Este domingo, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, que había señalado que los comicios presidenciales del 9 de agosto no fueron “ideales”, ha recalcado que no hay forma de demostrar que Lukashenko no ganó las presidenciales porque no hubo sobre el terreno observadores internacionales. La Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE), que no ha considerado las elecciones de legislaturas anteriores como limpias, no envió este año observadores sobre el terreno; remarcan que Lukashenko no cursó la invitación a tiempo. Lavrov también acusó a los líderes de la oposición de querer un “derramamiento de sangre” en Bielorrusia.

EL PAÍS

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