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por Enrique Ochoa Antich

Cuando se hizo claro que las huestes fascistas de Franco saldrían victoriosas de la guerra civil española, César Vallejo, el gran poeta peruano, escribió aquellos versos tremebundos:

Si España cae -digo, es un decir-…

Siendo evidente que, como afirman muchos enjundiosos analistas, la oposición venezolana conoce hoy el peor momento que haya vivido en estos 21 años de hegemonía chavista y madurista, acaso sólo comparable con el de 2006, luego de aquel otro brote extremista compuesto por el golpe de Estado del 11A, el paro insurreccional de 2002/2003 y la necia abstención de 2005; siendo evidente también que fue dilapidada la mayor parte del capital político pacientemente acumulado durante nueve años y que coaguló en la mayoría parlamentaria de 2015, dilapidación ésta a causa de la larga saga extremista de los últimos tiempos, de los inefables «seis meses» a la operación Gedeón, pasando por la ridícula declaración de abandono del cargo, las guarimbas de 2017, la esquiva participación en los comicios regionales y municipales, el diálogo a medias en República Dominicana y Noruega y Barbados, la tonta autojuramentación, el patético «Sí o sí» cucuteño y el batiburrillo del 30A; siendo todo esto así, la oposición democrática tiene hoy una primera tarea que es anterior a cualquier otra: como en 2006 con la candidatura de Petkoff, remover las aguas estancadas, salvar lo que se pueda del naufragio para luego reagrupar las fuerzas, y volver a empezar.

Con los pies enterrados más que en el piso, los demócratas tenemos el deber de mirar con franqueza el porvenir y encarar con determinación los desafíos que tenemos planteados en agenda. Hablarle al país con la verdad por delante. Lo peor es pretender ocultar un drama tan protuberante como el nuestro.

Si es verdad que, como señala cualquier estrategia militar, todo debe planearse a partir de la peor hipótesis; siendo tan formidables nuestros dos principales adversarios: por un lado, el partido/Estado, y, por el otro, la labor de zapa del abstencionismo militante que no convence de nada pero inocula desencanto y desmoralización, entonces admmitamos que la primera probabilidad es perder las próximas elecciones parlamentarias. Claro, siempre cabe que el pueblo venezolano, corajudo y libertario, nos dé una sorpresa votando en masa, como en 1952 ante la dictadura militar y en 2007 frente al más poderoso Chávez y su proyecto proto-totalitario de reforma constitucional. Ojalá. Pero si así no fuese y perdiéramos – digo, es un decir – habría que exclamar a voz en cuello, como el Teodoro de 1972 en el Nuevo Circo: la pelea sigue, ahora es cuando hay coraje, ahora es cuando sobra espíritu, porque jamás se apagará esa llama eterna que ha ardido por siempre en el sueño de la humanidad, el de un mundo justo, habitado por hombres y mujeres justos e iguales, y parafraseamos hoy: el sueño de una Venezuela libre y justa que nos anima desde que nuestros libertadores emprendieron en Angostura la hazaña de la independencia de un continente.

Con largo aliento, la Venezuela democrática enfrentará desde el mismo 7 de diciembre el desafío de concebir un plan político que acaso tiene entre sus grandes tareas las siguientes:

• Reagrupar a todos los demócratas, hayan votado o no, deslindándose de la oposición extremista que busca una salida a la fuerza y propicia sanciones e invasiones.

• Restablecer en la AN los canales de diálogo y negociación con el gobierno, comenzando por la reconstitucionalización de los Poderes Públicos, de modo que sean expresión de toda la pluralidad democrática nacional.

• Luchar desde ese espacio parlamentario por medidas aunque sea parciales (aun con Maduro en la jefatura del Estado) que alivien el sufrimiento del pueblo en la Venezuela postpandemia, luego de una caída que la CEPAL calcula para este año en ¡- 26 %!, en particular: un programa de recuperación del salario real de los trabajadores y de las pensiones (1), un programa anti-inflacionario de reactivación urgente del aparato productivo venezolano (incluyendo la reprivatización, a través de fórmulas cogestionarias, de las miles de empresas estatizadas en la primera década de este siglo), un programa de relanzamiento de la industria petrolera (con participación privada nacional e internacional), un plan de reconstrucción de toda la infraestructura de servicios (comenzando por su gerencia), y un plan que asegure los derechos a la salud y la educación de todos.

• Plantearse como propósito la conformación de un gobierno de unidad nacional hasta enero de 2025 (con Maduro en la jefatura de Estado): por ejemplo, reformando la Constitución para que sea la AN y no el presidente, la que designe al vicepresidente en calidad de jefe de gobierno, al modo del semiparlamentarismo francés (2).

• Articular una vasta alianza política, civil y social para transitar con éxito por los comicios regionales de 2021 y municipales de 2022, de modo de retomar el proceso de acumulación progresiva de fuerzas: se trata de un trabajo árduo que debe iniciarse desde ese mismo 7 de diciembre.

• Poner la mirada en la próxima disputa por el poder político: diciembre 2024, a la que debemos acudir con un candidato presidencial único electo en primarias.

Que el país sepa que no sólo vamos a unas elecciones para preservar o conquistar espacios para la democracia, tarea de suyo trascendente, sino que tenemos trazado un camino hacia el porvenir inmediato. Que los venezolanos nos escuchen proclamar que con voto, diálogo, paz, Constitución, economía social de mercado y soberanía, podemos sacar al país del hondo pozo en que se encuentra y echarlo a andar sobre nuevas bases. Que sepa el mundo que la patria de Bolívar no se rinde, y que no cejará en su terco empeño de establecer en esta tierra de gracia una democracia plena, representativa y directa, y una sociedad que progrese respetando la condición humana y con fundamento en nuevas energías que resguarden el entorno ambiental. Sólo requerimos un poco de claridad, de visión en lontananza, porque voluntad, lo sabemos, los venezolanos la tenemos de sobra. La nueva oposición que, más allá de los propios errores, de las descalificaciones y de la natural desesperanza, logre ocupar su espacio bajo el sol en la próxima AN, tiene la palabra.

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